EL viaje permitía al viajero griego practicar la «autopsia»: verificar los conocimientos que tenía «viéndolo todo con sus propios ojos». Curiosamente, al periplo por tierras desconocidas se le llamó «theoria» Pero la palabra «theoria» podía relacionarse con «thea» (observar) y con «theo» (dios).
IONESCO: Los viajeros que cultivan la «autopsia» y que visitan Rumanía y los demás países llamados del Este pueden observar que los cientos de millones de víctimas del «socialismo real» llaman, desde la liberación, a sus antiguos verdugos y policías socialistas los «conservadores»
YO: Sócrates quería que el hombre viviera bajo la autoridad de la ciencia, de la belleza, de la moral y de la verdad. Pero en España las televisiones y periódicos controlados por el Gobierno (la mayoría, pues) tachan a sus rivales de «partido conservador». Violando así la moral y la verdad. La realidad nos muestra, sin embargo, que el partido «socialobrero» está situado muy a la derecha de sus rivales.
IONESCO: ¿Y qué dicen los anarquistas españoles?
YO: Si en España hubiera agrupaciones libertarias, federaciones anarquistas o sindicatos ácratas con voz en el concierto nacional, como por el pasado repetirían conmigo esta evidencia.
IONESCO: He oído decir que los comunistas reprochan al socialismo español el haber traicionado sus propias ideas.
YO: Y con razón. El partido gubernamental es una viva traición a su propia denominación de «obrero» y de «socialista» Pero por lo que, a pesar de todo, los «socialobreros» «conservan» de colectivismo, de socialismo, de dirigismo y de megalomanía son un arcaísmo suicida y un perenne asalto a la libertad individual.
Terminados todos los achaques de este invierno, lonesco, con sus ojos azules chispeantes, ríe, seductor. Ha engordado… lo cual quiere decir que está menos flaco. Acaba de terminar la lectura de «El misterio de la fe» de Jean Guitton. Me cuenta algunas de las veces que ha creído sentir la presencia de Dios:
«En Tailandia entré en un templo con la mujer del consejero cultural de la Embajada francesa. Uno de los budas -había un centenar- se inclinó hacia mí y me sonrió. Más tarde, la mujer del consejero me aseguró haber visto el fenómeno».
«En Bucarest me levanté sofocado durante la noche. Grité a Rodica: “Hay un terremoto. ¿No lo sientes?” Al día siguiente, un terremoto destruyó una parte de la ciudad ocasionando muchos muertos».
«Estaba paseando con un amigo en un parque de Bucarest cuando cayó derribado junto a mí un árbol. Sus hojas rozaron mi brazo derecho. Comprendí que hubiera podido morir aplastado. Un año después, paseando por el mismo parque, otro árbol cayó también derribado. Esta vez a mis pies».
En Portugal di a un niño que me pedía limosna cinco francos franceses… Una hora después encontré en el suelo un franco francés. Y es que a veces se diría que tengo relaciones humorísticas con Dios: El Señor había prometido el ciento por uno… pero a mí me dio el uno por cinco».
«Siendo muy joven, en Rumania a media mañana lo vi todo bañado por la luz; las sábanas tendidas parecían radiantes… ¡Dios!»
«En un pueblo de Rumania donde Rodica iba a enseñar encontramos, al fin, un albergue cochambroso. Nos asomamos al balcón para ver el panorama. Cuando nos retiramos, el balcón se cayó estrepitosamente».
En el París de posguerra vivía angustiado, con mi mujer, a causa de la enfermedad de mi hija. No podíamos hacer frente a los gastos. Salí a la calle con una cestita. De pronto encontré en el suelo tres mil francos. Creí ver en ello la mano de Dios…»
Cuenta con tanta emoción este incidente, que yo mismo me emociono.
«…Luego fui a un quiosco. Compré un periódico. Cuando volví a casa me di cuenta de que había perdido los tres mil francos. Hubiera podido decir, como Job: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó. Bendito sea su santo nombre”».
Por si fuera poco, al día siguiente iba a ser sometido a una prueba: conseguí inesperadamente cien francos. Fui a la farmacia y compré las medicinas. Costaban noventa y cuatro francos. El dependiente, creyendo que le había dado mil, me devolvió novecientos seis francos…»
Le conté dos sueños míos recientes:
Soñé que estaba en el hotel Atheneum, de Londres. Me llamaba por teléfono Beckett. Me extrañó porque había muerto. Le oía muy mal. Hablaba a distancia sin coger el aparato. Por fin, le vi: iba vestido con un jersey azul marino brillante. Me dijo: «Me han nombrado ministro». «¿De qué?», le pregunté. «De caballos». Rió… y yo también. Mis carcajadas me despertaron.
Soñé que era el fin del mundo. Apareciste tú. Rodica (su mujer) nos dijo: «Tenéis que buscar trabajo. Ya no hay editores». Subí por una calle de Ciudad Rodrigo. En un teatro destartalado el director me pidió que recitara unos versos. Tenía miedo de fracasar. Rodica me animaba… El director del teatro estaba furioso. Comprendí que me iban a arrestar. Entonces tú me dijiste: «Pide que te metan en el campo de concentración de las naranjas».
Quizá animado por el relato de mis sueños, lonesco me contó dos suyos. El primero lo tuvo semanas después de la muerte de Jean Paul Sartre:
«Soñé que estaba viendo una de mis obras de teatro con Sartre. Le dije:
IONESCO: Qué fracaso para mí. Ya ve, no ha venido ni un solo espectador.
IONESCO: Sartre, nunca comprendí su obra, nunca la aprecié. Permítame que le pida perdón.
SARTRE: Demasiado tarde».
El segundo sueño lo tuvo mientras dormía en la casa de una amiga inglesa. Su hija Marie-France, que era una niña, dormía en una habitación situada bajo la suya:
«Soñé que estaba rodeado de un corro de médicos. Les pedí que me dijeran la verdad. Uno de ellos, altivo, me comunicó que tenía un tumor canceroso en el cerebro. Pronto me daría cuenta yo mismo: comenzaría a perder el sentido de la orientación.
Me desperté y me puse a andar por la habitación en todas direcciones para ver si verdaderamente ya no sabía orientarme.
A la mañana siguiente, mi hija me dijo:
MARIE-FRANCE: Papá, has pasado la noche roncando.
IONESCO: No es cierto. La verdad es que creí estar enfermo y pasé la noche dando vueltas en torno a mi cama.
ANFITRIONA: No roncaba lonesco… Era mi abuelo. Murió hace años en la misma habitación en que lonesco dormía. En realidad, no eran ronquidos lo que la niña oyó sino estertores. Se oyen siempre el día del aniversario de su muerte… como anoche.
IONESCO: Sé de qué murió… De un tumor cerebral canceroso.
ANFITRIONA: Es cierto, ¿cómo ha podido adivinarlo?
Al viaje al que me convidó lonesco por sus recuerdos y sus sueños también los griegos le hubieran llamado «theoria». En el siglo de Pericles esta palabra evolucionó hasta significar itinerario espiritual.
El joven Jenofonte tenía tantas ganas de hacer un gran viaje que hizo trampas con los oráculos. Por fin pudo en 401 alistarse a una «brevísima» expedición militar en Asia… En verdad terminaría por recorrer 5.000 kilómetros en dos años y de propina escribir su diario: «La Anábasis».
Pensando en los sofistas que iban de ciudad en ciudad, de santuario en santuario, exhibiendo su arte para buscar discípulos… de pago, otra vez le hablé de España a lonesco.
Para emprender esta «theoria» este viaje que se inicia el 6 de junio, quizá debiéramos practicar la «autopsia» con humildad.
«Dichoso quien, como Ulises, hizo un hermoso viaje».