Arrabal Fernando

¿Milan Kundera contra Vaclav Havel? BRUTALIDAD Y SENSIBILIDAD

FERNANDO ARRABAL
27 DE AGOSTO DE 1993

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MILAN Kundera me dijo con tranquilidad el martes que no había concedido ninguna entrevista a ningún periódico… ni al rotativo checo «Lidové Noviny» ni a Vaclav Beloradsky. Hace años que no responde a las preguntas de los periodistas. La audacia favorece su pudor.

Cuando hablé de su vieja polémica (¡de hace veinticinco años!) con Vaclav Havel, sonrió. Polémica que, de espaldas a la sensatez, algunos tratan de resucitar. Prefirió como a menudo charlar conmigo de Cervantes. Le recordé sus palabras en el «arte de la novela»: «Para el espíritu de nuestro tiempo o bien Ana o bien Karenina tienen razón; la añeja sabiduría de Cervantes parece embarazosa o inútil: nos habla de la dificultad de saber y de la inalcanzable verdad».

Al cabo de un cuarto de siglo el séquito de Vaclav Havel desentierra una controversia sin sentido hoy. Se comprende que Milan Kundera no quiera participar a semejante proceso. A esta explosión diferida de rencores.

Kundera saludó en su día, con un largo artículo en el semanario parisiense «Le Nouvel Observateur», la victoria de la democracia en s tierra: hizo un gran elogio de Havel. Se refirió a él como al primer representante político de la nación, antes de su gran popularidad, de su acceso a la presidencia. ¡Qué deleitosamente va el espíritu hacia la esperanza vaporosa!

Dar a entender que Kundera se mostró complaciente con las fuerzas de ocupación soviéticas es una calumnia. Calumnia tanto más absurda cuanto que fueron en primer lugar las novelas de Kundera las que durante aquel tiempo recordaron al mundo entero la tragedia de «Checoslovaquia» despertando la simpatía por ella. No creo que semejante infamia quede en la historia checa como la mejor contribución a su país de los consejeros de Vaclav Havel.

Para estigmatizar a los adversarios cada época y cada país inventa injurias brotadas de sus propios tabúes. En unos «¡fascista!», en otros «¡comunista!». Los que lanzan estos ultrajes saben que la víctima ni comulga con Mussolini ni adhiere al marxismo-leninismo. Tras el racismo de afrentas trasluce un hombre destruido. En el año 187 antes de J.C. Catón el Viejo utilizó este arma para abatir a un Escipión el Africano colmado de gloria tras la victoria de Zama. Le acusó de no respetar la legalidad republicana. De comportarse como un «rex». ¡Rex! El porvenir de Escipión quedó truncado. Una sola palabra eclipsó el embeleso.

La ocupación de «Checoslovaquia» en 1968 por las fuerzas armadas del «socialismo real» significó para Kundera, entre otras desventuras, la prohibición de todos sus libros en «Jacques a su amo» nos cuenta una peripecia significativa:

«Era el tercer día de la ocupación. Estaba en mi coche entre Praga y Budejovice (la ciudad en la cual Camus sitúa “La equivocación”). En carreteras, campos y bosques acampaban soldados de infantería rusos. Pararon mi coche. Tres soldados los registraron. Una vez terminada la operación el oficial me preguntó en ruso: “¿Kat tchuvstvuyetyece?”, es decir, “¿Cómo se siente usted? ¿Cuáles son sus sentimientos?”. La pregunta no era malvada ni irónica. Al contrario, el oficial continuó: “Todo esto es una gran equivocación. Pero se va a arreglar. Tiene que saber que amamos a los checos. Les amamos a ustedes”».

«El país devastado –continúa Kundera- por los miles de tanques… y el oficial del ejército de ocupación le hace a uno una declaración de amor. Compréndame bien, no quiso manifestar desacuerdo alguno con la invasión, en absoluto. Todos se expresaban con un lenguaje semejante; sus actitudes no estaban dominadas por el placer sádico de los violadores sino por otro arquetipo: el amor herido. ¿Por qué estos checos (¡a los que tanto amamos!) no quieren vivir con nosotros y de la misma manera que nosotros? ¡Qué lástima que hayamos tenido que usar los tanques para enseñarles lo que es el amor!».

 

Los tópicos moralistas reaparecen de nuevo en la boca de los adictos a Havel. Con su cohorte de trivialidades y ordinarieces… como durante la polémica de hace veinticinco años. Kundera nunca aceptó estas transgresiones a la inteligencia:

«La sensibilidad –ha escrito- es indispensable al hombre, pero se torna en facultad temible en el momento en que se la considera un valor, el fundamento de la verdad o la justificación del comportamiento».

El debate que se desarrolló durante los años 1967 y 68 comenzó con un artículo de Kundera, prosiguió con una respuesta de Vaclav Havel y concluyó con una réplica tan definitiva como contundente del novelista titulada: “Exhibicionismo y radicalismo”. La polémica no pudo continuar a causa de la situación. Pero a veces el encono perdura hincado entre las sombras.

Al cabo de cinco lustros se diría que los «hombres del presidente» intentan colaborar a la redacción de una hagiografía del dramaturgo. Aquellas semanas que cruzaron tan presurosas se pueblan hoy en desvaríos.

En esta hipotética hagiografía de Vaclav Havel sus leales quisieran que figurara un capítulo apoteósico: el de la victoria del hombre político sobre el mejor novelista de hoy. Lo que para ellos sería el triunfo del hombre responsable, capaz de comprender el presente y de imaginar el porvenir (Havel) frente a un novelista genial (Kundera) pero inhábil para percibir su siglo y su tierra.

Durante la polémica del año catapún (exactamente del 67-68) el insostenible exhibicionismo de Havel no le pudo a la ligereza del talento de Kundera, sino todo lo contrario. Los recuerdos se deshilachan…, pero el descalabro no cabe en el olvido.

Los hombres de espectáculo son los que hoy asumen el poder… allá y aquí. Quelo huero y lo hueco es más llamativo que la clarividencia o la lucidez. No se requiere el carnet de «situacionista» o ser admirador de Guy Debord para comprender que cuando la vulgaridad se casa con la demagogia se abren las puertas del poder… «manchado y roto entre las grises horas».

«El espectáculo –escribe Debord- es el discurso ininterrumpido que el poder presente mantiene sobre sí mismo, su monólogo elogioso».

Desde los palacios gubernamentales de Praga se puede cómodamente insultar al novelista que vive solitario (con vera) en un pisito del barrio latino de París. Incluso se puede manipular los escritos del pasado. Sobre todo cuando se sabe que el novelista Kundera replicará a todos los ataques por el silencio, con un dedo en los labios.

Jamás Kundera ha pedido excusas y aún menos perdón a Havel (como afirma Ramiro Villapadierna) por los argumentos que esgrimió durante la antigua polémica. Argumentos que le permitieron a ojos de los más ecuánimes derrotar dialécticamente al dramaturgo. Sin suspender su temple de señor cervantino.

A aquella controversia olvidada no se refirieron ni el presidente ni el novelista cuando, reconciliados, cenaron (¡y bebieron!) no hace demasiado tiempo en un restaurante parisiense.

Los transformadores de los hechos y de los dichos de la discusión de hace veinticinco años son como el adaptador de una novela. Escribe Kundera: «Cuanto mejor la adapta más la rebaja. Y rebajándola la priva no solamente de su encanto y de su gracia sino de su sentido».

Por el bien de todos esperemos que nadie utilice hoy en la nueva república Checa las técnicas de transformación, maquillaje y camuflaje de textos, fotos y recuerdos. A estas contorsiones y desafueros nos había habituado en demasía la llamada «democracia popular» que la precedió. Y, por favor, que para redondear un capítulo de la hagiografía de Havel no se reescriba la historia… en nombre de la sensibilidad.

«Cuando la sensibilidad sustituye al pensamiento racional y se transforma en el fundamento de la intolerancia, se torna en “superestructura de la brutalidad”».