PRONTO hará seis siglos que la muy fiel, noble y real ciudad de Betanzos, celebra las fiestas de San Roque.
Con su palitroque el santo de la palingenesia a la ciudad salvó de epidemias… y corrupciones.
En 1416 por vez primera los betanceiros comprendieron la importancia de este espiritual salvamento. Salvaje y sin salvas el día llegaría en que la putrefacción amenazaría con gangrenar nuestra propia substancia.
Como quinientos setenta y nueve años han pasado ya, podemos atrevernos a descifrar hoy el significado y la signatura de la fiesta. Gracias a la simbólica protección de San Roque betanceiros y betlemitas contra las epidemias ayer se inmunizaron como se invulnerabilizan hoy contra la moderna peste de la corrupción.
Cada año Betanzos eleva al cielo el mayor globo de papel del mundo cómo apoteosis alegórico. ¡Alegre y aleccionador alegato en tiempos de gusarapienta pudrición! ¡Aleluya!
El lanzamiento de este aereostático ingenio es metafísica metáfora de espiritual ascensión. Los lanzadores de globos betanceiros representan al quijote icástico iconoclasta y al ético y hético poeta heterodoxo con ramos de anarquista divino capaz de alzarse por encima de misántropos humores y humanas miserias.
El globo, liberándonos de cotidianas corrupciones, elévase como arrabalesco arrebato, para alcanzar arreboles y firmamentos de poesía, ciencia, libertad y amor.
Los prístinos «globeiros» de Betanzos de los Caballeros, vivieron la prodigiosa aventura de la primera vez.
Primer globo nacido como chascarrillo del destino cual chiste de la fatalidad. Y es que a menudo hadas y hado, disfrazándose de buena estrella, estremecedora y enternecedoramente a extravagantes inventores se rinden.
El primer globo, como juguete de ciencia infusa, inflado de infinito, se izó desde un fogón de cocina hasta el techo de la habitación. Por mor de intelectual especulación que no por arte de magia. Creía el paridor del ingenio, preñado de fantasía, que humos y nubes efluvios eran de la misma efímera y efervescente naturaleza. En su cocina el inventor encerró humo en una esfera de papel para auparla como nube del cielo. Cuando fascinado contempló la ascensión de su artesano artificio de artista sin artería dio por descubrimiento científico lo que era nada menos que hipótesis poética.
Al globo no le condujo al altísimo del artesonado el tufo que dentro llevaba. Las gavillas de paja encendida destinadas a producir humo en verdad caldearon con tino el contenido aire del recipiente impulsando su irresistible ascensión. El calor, como símbolo de fervor, suplantaba a las fumarolas de infernal ciencia fumigadas por calderas de Pedro Botero.
Para el inicial vuelo con seres vivos el inventor eligió como primeros pasajeros sin pasaporte a tres alegóricos animales: pato, gallo y borrego. Ante la estupefacción de la multitud de espectadores esparrancados y boquiabiertos los tres pioneros animalitos tras un vuelo de ocho minutos, a más de mil quinientos pies de altura, volvieron a tierra y corral sanos y salvos. Aunque el gallo gallardo recibió una coz del borrego borrero durante el aterrizaje que le fracturó una de sus alas.
El pato de aquella primera exploración era símbolo de fidelidad; el gallo imagen solar, helíaca, de quien canta cuando sale el sol; y el borrego, como figura central del toisón de oro, representaba la alquimista sabiduría.
Pronto se especuló con la especie (especiota para escépticos) de que incluso un ser humano podría volar. Entusiasta el rey ofreció un criminal condenado a muerte para afrontar tan peligrosa experiencia. Prisionero que hubiera sido indultado y endulzado si hubiera vuelto a tierra tras tan temeraria aventura. Varios centenares de encarcelados se propusieron como voluntarios volantes de la odisea en volandas. Pero el historiador de la corte, movido por su anhelo de conquistar gloria y fama, se adelantó a los famélicos de fortalezas y penales. Por vez primera un hombre voló durante veinticinco minutos a una altura de quinientos pies por encima de una muchedumbre pasmada o pasmarote.
El globo inspiró insólitas insolencias e hipótesis hiperbólicas. El profesor británico Joseph Back demostró empíricamente que una vaca inflada de hidrógeno por el culo planearía en el firmamento tan sencillamente como años más tarde lo harían los enamorados de Chagall en sus cuadros.
Muchas fueron las víctimas de la ambición de «volar en globo», del ansia simbólica de «subir al cielo». El explotado protomártir Rozier pereció al explotar sobre el Canal de la Mancha el hidrógeno de su balón. El sueco Salomón André, veintidós años después del lanzamiento del primer globo betanceiro, acometió la ardiente empresa del sobrevolar el Polo Norte con dos amigos. El ingenio aereostático se llamó «Águila», animal capaz de mirar al sol y símbolo potable de potencia. Días después del despegue un esquimal cazó una paloma mensajera que en su pata llevaba este recatado recado: «Todo va bien a bordo». Hubieron de pasar treinta y tres años para tener nuevas de la expedición. La tripulación de un navío polar noruego halló los restos de los heroicos «globeiros» suecos abrazados eternamente por un glaciar. En 1927 el capitán Cray batió el record de altura sin altanería. En el barógrafo del ingenio quedó registrado el dato: 42.470 pies. En el suelo de la góndola del globo convertida en ataúd se halló el cadáver del capitán sin caperuza; en sus caprichos capitaneantes no soñó con mejor muerte.
Los betanceiros siguen elevando globos años tras año, aplicando más de dos milenios después de Arquímedes su principio y sus conclusiones. Una vez en el aire el ingenio betanceiro se mueve a merced del viento, sin que nadie pueda presagiar su destino destilado por la providencia. Y sin embargo todos los años el globo pasa por encima del cementerio como para saludar a esos andantes caballeros que hicieron Betanzos de los Caballeros.
El final de este recordatorio ya sólo es referible en parábola puesto que sucede fuera del tiempo.
Dispersos por el mundo o recluidos entre las cinco puertas de la muy fiel, noble y real ciudad de Betanzos, todos somos los mismos. Los de antes y los de ahora, y los que han de venir. Locos y sabios, insensatos o héroes, poetas, inventores o caballeros andantes. No hemos venido a esta tierra para vivir mejor o peor. Tratamos de ascender en globo betanceiro al firmamento de la espiritualidad. Cuando el mundo, desmoralizado por la corrupción, parece perderse, betanceiros, quijotes y «globeiros» pronuncian-palabras de ciencia, belleza y amor.
¡Qué viva siempre el anhelo de subir al cielo!