Arrabal Fernando

ESCÁNDALO Y PROVOCACIÓN

FERNANDO ARRABAL
13 DE ABRIL DE 1996

Version espagnole

QUERIDA poetisa griega: ¡Cuánto le agradezco su epicúrea epístola su, finalmente, corta carta! Como no la conozco intento imaginarla. Quizá un día podamos conversar ¡y no sólo con versos! y disipar juicios y prejuicios… como dos inocentes de Hölderlin. ¡Nada menos!

Tiene usted razón, el anticonformismo colma de gozo el pozo de la vida. Pero ¡con qué desconcierto y descontento durante años oí (y oímos) las palabras «provocación» y «escándalo» engrudadas a mis (a nuestros) escritos! Uso el plural porque asombro y sombra también los sintieron mis amigos (¡mis mayores!) desaparecidos ya: Beckett, Ciorán, André Breton, Marcel Duchamp, Guy Debord, Roland Barthes, Ionesco, Deleuze etc.

¡Cuántas veces también nosotros sentamos la hermosura en nuestras rodillas, aborrascados por infinito anhelo!

El «poder cultural», a que usted se refiere, en mi caso fue franquista durante un cuarto de siglo. ¡Y tan enternecedoramente pedestre! Usó y abusó de las dos palabras («provocación» y «escándalo») para condenar a mis escritos. Fue coartada, ¡tan corta!, para vetar y rematar mi obra. Hoy los «intervencionistas» de la acera de enfrente, se-sirven, ¡claro está!, de los mismos vocablos. ¡Con qué fantasmagoría penetra la quimera en la voracidad de la intolerancia!

«¿Qué piensa del escándalo?» me pregunta usted. La palabra griega «skandalon» creo que significa «trampa en la que se cae». ¡«Trampa»! Ni una línea he escrito con tan pobre intención. La inspiración, cuando escribo, me lleva en andas y volandas; como un «agujero negro» hincándose en el espacio, o como la savia subiendo de los pies a la copa del secoya.

El poder cultural, de ayer y hoy, a menudo recibe mis escritos, como usted dice, «como puñetazos en el estómago». Pero no puedo traicionarme bajo gélidas frivolidades o cálidas recomendaciones. La cebra del Zaire muere con sus rayas y la mariposa vanesa con sus manchas. No me siento capaz de cambiar, de «mejorarme». Ni siquiera me lo propongo. Aun valiendo poco o nada, más vale el escritor libre que el más valioso de los velados validos de veto y mate.

¿Qué hay de nuevo por París, me pregunta usted, tras el «último movimiento literario», «el pánico»? Aristóteles y Platón, entre otros filósofos griegos (pero también por aquellos tiempos Confucio y Buda), expresaron ya la evidencia salomónica de que «nada hay nuevo bajo las estrellas».

Y, sin embargo, usted afirma y firma que vivimos un renacimiento filosófico, poético, teatral y científico. Al caer desmoronado y desmuronado el mundo de los titanes, asoma la era de los dioses. Y respiramos y aspiramos. Se esfuman, ¡al fin!, la vulgata racionalista ¡tan achatadora y enchiqueradora!, el comprometido «arte comprometido» ¡tan chusco! y el chistoso estado del bienestar ¡tan chafallo y chupón! Terrible vulgata de los titanes que intentó convertir las palabras «libertad», «gitano» o «gusano» en insultos.

El universo iluminado por la mecánica cuántica, las matemáticas fractales, la biología molecular o la literatura de hoy es ¡tan formidable! «Formidable» en todos los sentidos de la palabra: muy grande, extraordinario… pero también como señala la raíz latina dé la palabra («formos»): «que causa miedo». El escritor libre ansioso de sí mismo, en una buhardilla instala su privilegio. Su biendo escaleras alcanza la soledad… ¡tan llena!…¡tan formidable!

Quiere saber usted cómo elijo a la hora de escribir. ¿Novela, teatro, ensayo, poema… o dirigir una película?. Mi obra, a mí también, me va creando, alterando el orden de «lo pintado a lo vivo» y el de la causalidad. Hace de mí mismo… su propia creación, como en el albaricoque el hueso engendra vida.

En efecto, como imagina, mucho sueño, ¡casi todas las noches! y casi siempre me visitan pesadillas. Pero a la hora de escribir anhelo la utopía de poder volar, para alcanzar el espacio donde todo es inteligencia, verdad y amor, fértil dominio fecundado por don de hermosura.

He observado cementerios de ajena sumisión. Disciplina castradora a la que no escaparon ni tan siquiera algunos de los mejores artistas del siglo: los Picasso, los Neruda, los Brecht. Como soldados o como policías, más que como militantes, colaboraron con los terribles titanes, los Hitler, los Mao, los Lenin, los Stalin. Los «porvenires radiantes» sólo fueron fastos presentes para ellos. Al echar el telón ¡qué balance!: decenas de millones de muertos, campos de concentración, miseria para la inmensa mayoría y servilismo de aquella élite premiada y primada. ¡Ojalá el destino, a la hora de recordarles, olvide sus denuncias y renuncias y sólo se acuerde de sus esencias y excelencias!

A veces el escritor libre se siente como animal que «el poder cultural» ambicionara cazar para mayor gloria de su causa… repitiendo la faena que hizo de mi padre mártir condenado a muerte al comienzo de la guerra civil.

El quijote cuando escribe, preso de delirios, siente las irradiaciones del esplendor. Incluso quisiera convertirse en rayo de luz. Su cuerpo planea a bordo de la creación como la gaviota se eleva con la brisa y tiembla de emoción.

Gracias a la creación, durante el tiempo de un soplo el escritor libre es un dios con los dioses. Su propia obra le enseña lo que nadie enseña y es fundamental aprender.

A este escritor inconformista nadie puede ni darle ni quitarle lucimiento: amparado está por su obra. Desde su azotea ve a lo lejos cuan triste es «el poder cultural». Todo su ser, en silencio, escu cha, tratando de oír la voz de la poesía. El arte abre, cátedra junto a su obra inspirándole sueños más cabales que el vivir. Hasta lo más nimio y lo más vacío puede nutrirse de fervor.

Yo también creo que hoy como ayer para el poeta, para el filósofo, para el científico la belleza es la última expresión de lo verdadero. Por eso únicamente las aventuras espirituales les seducen. Se refieren a sus anhelos como si sólo fueran suyos, incluso cuando delante de sus obras pasa la vida, como un arroyó en un anubarrado atardecer sombrío.

Alaba usted «la suerte» que tengo por haberme rodeado de «tan extraordinarios amigos». «Suerte»… ¡es la palabra! Viajé y viajo con «revoltosos» entre verdad y vida: postistas, surrealistas, vanguardistas japoneses, pánicos, beatniks, conceptuales, André Breton y Dalí, Mishima y Terayama, Ginsberg y Kerouac, Joseph Beuys y Kanter, Topor y Jodorowsky… de la raza de los que subirían al cadalso cantando, como mi padre. Me instaron a trepar hacia las nubes para contemplar la aventura de la primera vez.

Termina usted su misiva quejándose de los ordenadores. Con qué presteza una mirada, un gesto, una frase, un verso, me traslada a desconocidos mundos como si, plantadas en mi espalda las alas de Ícaro, pudiera alzarme hacia el firmamento. ¡Qué necesidad de navegar ordenadamente con el ordenanza de Internet!

Quijotescamente suyo.