Arrabal Fernando

DE VACACIONES… ¡COMO DIOS!

FERNANDO ARRABAL
17 DE AGOSTO DE 1996

Version espagnole

EN la capital abandonada (y abanicada) soy ¡el superviviente! Único humanoide «de vacaciones» durante el mes de agosto.

El verbo latino «vacare» valía por «hacer el vacío». En torno mío los forzudos y forzosos veraneantes con su éxodo exótico han conseguido crear este vacío. Aquí, en la capital, mucho más difícil que dar con Dios es topar con un panadero.

La raíz latina «vac», precisamente, expresa la idea de vacío. De ella deriva lo vano. ¡Y la vanidad! Rasgo de carácter que adorna al veraneante durante el tremendo mes. (Por paquete certificado enviaré a quien lo solicite un mes con erre para que observe por sí mismo la diferencia).

Vanidad de aquellos que prefieren los trabajos forzados del veraneante a las «vacaciones» del superviviente. Guapeza que provoca acciones insólitas y temerarias incluso a bordo de portaviones dé encaje. Como por ejemplo el bronceado.

Los veraneantes vuelven, exhaustos o exangües tras el fatídico mes de agosto, metamorfoseados en simpatiquísimos africanos. Aunque bastante más oscuros de piel que mis amigos senegaleses. El afán fanático de ahumar su blanca piel lo llevan a cabo con abnegación, espíritu de sacrificio y toda clase de torturas chinas. A esta empresa, con prisas, consagran todo su tiempo y salud. Vuelven tostados, atosigados y atontados, con profundos y profusos cánceres de piel. A esta cruzada alistan por la fuerza a sus mocosos y nenas. Los adorables y ñoños retoños retornan convertidos en muñe- quitos brunos ¡hasta el moño! ¡Angelitos negros!

Los obstáculos entre caras, escotes, mamas o culos y el sol están abolidos. Las cuerdas («¡striñgs!») han sustituido a las sombrillas. Hubo épocas -¡tan alejadas!- donde el calavera de carabela adivinaba la forma de posas y pompas bajo la tela del bañador, hoy los mismos mirones de playa y plaza intentan descubrir la forma o el Color de esta prenda.bajo las dos nalgas que lo estrujan.

En 1737 el «Diccionario de Autoridades» calificó las vacaciones de «suspensión de los negocios por algún tiempo». Tras dos siglos y medio de progreso hoy, durante ese espantoso mes, se hacen más negocios que nunca. La economía del país vive pendiente del éxito de la cruzada estival. El negocio, el «neg-otium» latino, no es otra cosa que la negación del ocio.

En aquellos tiempos se afirmaba: «cuando… aconteciere vacar… se pague la cuarta parte de lo que rentare el primer año». Hoy, como jugadores de casino, los veraneantes se gastan todo lo que han ahorrado durante el año y se entrampan con el resto. Sin contar con que algunos tienen que pagar sus relaciones libidinosas con armarios de espejo.

Hace casi cuatro siglos el Covarrubias afirmaba que las vacaciones «es de muy atrás como lo podrás ver en Marcial». Ya hace dos milenios el escritor latino (Ep. II62) conoció algunos de los trabajos forzados del mes de agosto:

 

Pensando en tu novia

Andrés te depilas pecho, axilas,

pubis, minga, piernas, pies.

¿En quién pensarás Andrés

cuando el culo te depilas?

 

La Enciclopedia Espasa se refiere a vacaciones hoy ya eliminadas por el progreso como ¡la de los párrocos!: «… pueden ausentarse dos meses por año». ¿Qué esperan las centrales sindicales para exigir durante sus chistosas campañas sociales que esta conquista decimonónica (de pulpito público) se extienda hoy a todos los trabajadores? Y ¿por qué no? ¿con el regalo de una apisonadora a cada uno para ir de compras a Venecia?

Una de las manías más irritantes del veraneante es la de expresarse «sinceramente». ¿Hasta cuándo va a jeringar al prójimo con su maldita sinceridad? Por cierto los vendedores del Trópico de Cáncer y los asesinos de ancianas también son sinceros.

El veraneante, sincero por antonomasia, suele comportarse como un feto frito que ignorara que es un cadáver.

Nadie puede negar la capacidad de implantación del veraneante. Gracias a ella hogares y lugares de veraneo se vuelven tan feos como siniestros. Tanto es así que el célebre sociólogo cínico acaba de comentar: «Lo más injusto del veraneo es que ni siquiera los más ricos puedan ofrecerse algo que no sea feo y siniestro».

Recientes estudios demográficos han de-mostrado que el veraneante se siente me-nos infeliz cuando puede añadir un coche a su mechero, un barco a su caña, una casa a su «garage» y una fornicación a su preservativo. Ya que, como es sabido, por un de-fecto de visión incurable el veraneante no es capaz de diferenciar un accidente de colchón flotante del genocidio de un pueblo.

El veraneo es una prisión más cruel que la peor cárcel. En un presidio nadie puede obligar a los prisioneros a adorar sus sufrimientos y privaciones. Ni siquiera con ayuda de aquella estupenda revista, «Redención», de que disfruté durante mi estancia hace treinta años en Carabanchel.

Los veraneantes se dividen en dos grupos: los que creen en la Virgen (o en la «Sociedad del Bienestar») y los que creen en la informática (o en la «melatonina»). Es casi imposible descubrirles al cabo de una conversación, incluso con la ayuda de una diabética tragadora de jofainas:

El corro de veraneantes desconcierta por la promiscuidad, con que practican la admiración. Con ella consiguen destruir el paisaje y la aventura, principales víctimas de la «fagocitación» estival. La lava del Vesubio sorprendió a los pioneros del veraneo (en Pompeya) tumbados aburridos en la playa contemplando un carrusel de gusanos levantadores de pesos.

Nadie puede negar que los veraneantes «re»descubren los encantos de la civilización antediluviana: la buena «compañera)» es aquella que puede fregar, cocinar y frotar durante horas, el buen «compañero» es aquel que sabe cargar pesadas y numerosas mercancías en su «carro». Y el buen jardinero es aquel que anima a los geranios con una fusta al grito de «¡floreced, gandules!»

Si podemos afirmar que nuestra civilización es el fruto de cruzadas, guerras, proselitismos, salvajadas y genialidades… con mayor razón podemos declarar que unos años de veraneo bastarán para eliminarla. Mientras que, encerrado en una petaca, el refractario intenta elucidar dónde comienza la cuadratura del círculo y dónde termina el tocino de cielo.

El veraneo es el «deus ex machina» de nuestro tiempo, un dios teatral que descendía al escenario del auto sacramental por medio de mecanismos y tramoyas. El místico lírico cree que si al comienzo era el absurdo, el absurdo se hizo Dios…

Por eso hoy, mientras la humanidad veranea, Dios se queda conmigo en la capital ¡de vacaciones! ¡Aleluya!