Arrabal Fernando

PÁNICO EN LA CÁRCEL DE MUJERES

FERNANDO ARRABAL
8 DE NOVIEMBRE DE 1996

Version espagnole

LOS hay que se caen de risa a cada trique, otros que sueltan el trapo a cada traca, pero los más troncos se orinan de risa. ¡Y este milagro sucede en la antigua Cárcel de mujeres de Alcalá de Henares!… convertida en teatro sin necesidad de aumentar el coeficiente intelectual de los bueyes. ¡Qué leyes!

La culpa de tal descoyuntamiento sin mandamientos la tiene un vil vodevil tan incivil como un turco en el lecho de mi amada esposa. ¡Qué cosa!

En verdad la risa desarma ¡y alarma! Tiene la habilidad de torear todos los esfuerzos que se hacen para analizarla. En cuanto intentamos definirla se nos escurre, como si se riera riendo de cogitaciones y cojitrancos. Se presenta como un rito de la fisionomía y un reto a la filosofía.

Reto al cual ni siquiera el más alto de los filósofos, Emmanuel Kant, supo  responder. En verdad al filósofo nadie le vio ni siquiera servirse de la risa de conejo, ni cuando se dio cuenta, tras mirarse al espejo, de que no era el tambor de Mohamed Alí. (Mientras que Pascal, entre cal y cal, reconoce en «Las provinciales» que a menudo «estallaba de risa»). Kant no se dejaba llevar por esperpentos y sentimientos: esperó la semana de su muerte, ¡a los ochenta años!, para dar por primera y última vez los dos únicos besos (ya casi tieso) de su vida: a su hermana germana y a su secretario sexagenario. Para el filósofo la causa de la risa es únicamente «la súbita reducción a la nada de una expectación intensa».

En la Cárcel de mujeres se da esta circunstancia ¡con qué fragancia! Pero también otras muchas más. Desde el primer diálogo los actores para decir sus réplicas (¡épicas!) se ven obligados a colarse entre las carcajadas del público. Y es que el espectador ríe a pierna suelta sin el remedio de irse a Siberia disfrazado de bicicleta de Matusalén. En cuanto se alza el telón el vodevil toma velocidad como un patín cuesta abajo o como el pesimismo de Schopenhauer.

La audiencia ríe como si quisiera servir de ejemplo a lo que escribió hace dos milenios Cicerón de rondón: «La risa estalla de tal manera que aun deseando cohibirla no lo podemos. Se apodera de todo: de nuestros pulmones, de la boca, de las venas, del rostro, de los ojos…» Y el apenino mohíno añade sobre el misterio de la risa: «No me avergüenzo de no saber lo que ni siquiera alcanzarían los que pretenden conocerla».

Durante la representación, vertiginosa, de Alcalá el espectador comiéndose de risa se dice: «No es posible, la función no puede galopar todo el tiempo con semejante velocidad». Pero lejos de recaer a medida que avanza la representación, el ritmo se embala incluso sin limpiarse los dientes con cemento. Y en plena histeria el público revienta de risa aun sin saber cuántos kilos pesa cada carcajada.

Alguno se asusta: «¿No van a morirse de risa los espectadores?» recordando que en su diccionario filosófico Voltaire afirma que «hubo gentes que sucumbieron a ella».

«¿Cuál es el elemento fundamental de lo risible?» se preguntó Bergson mientras comprobaba que lo único que le impedía ser un barítono famoso era el no saber cantar.

Fenómeno curioso el de la risa. Su hermanita pequeña la sonrisa aparece ¡tan discretamente!, imprime unas modificaciones faciales ¡tan suaves! y cómo alegra los ojos ¡tan subrepticiamente! Durante la risa contenida los cambios del rostro son mayores y comienzan a observarse sacudidas en el tórax. Con la risa inmoderada todos estos fenómenos se intensifican como la inflación de divanes en el Gulf Stream.

En la Cárcel de mujeres esta última risa alzada a la categoría de «risa convulsiva» agarra a los espectadores de entrada sin plancharles los pantalones a los portaviones. Nada vale para reprimirla. Parece  impuesta por algo exterior (¿un camello descabellado dios del Polo  Norte?). Es una risa irresistible y violenta. La asistencia, no pudiendo evitarla, suelta el chorro como quien discurre sobre la inmortalidad del alma de la trompeta bastarda.

A l poco la histeria ataca físicamente a los actores y al público, aun sintiéndose espiados por agentes decadentes de Corea del Norte. Se diría que todos tienen el baile de San Vito, ¡en un grito! El patín a toda velocidad y cuesta abajo va atropellándolo todo y especialmente el deseo de moderar las carcajadas y el de restringir el uso de ropa interior de aluminio congelado.

 

La risa, cuando se ríen los kiries, se expresa por movimientos y muecas faciales acompañadas de inspiraciones y aspiraciones desordenadas y de sacudidas ruidosas como la copa de un pino de tocino.

Luis Vives en su «De anima» (I.III) habla por vez primera de la velocidad: «Lo inesperado, lo repentino suscita cada vez mayor risa y con más celeridad».

Durante la obra se dan cita la risa sensorial del gozo y la risa intelectual del conocimiento imaginativo con la celeridad estudiada por Vives tras su tentativa de récord de la cucharada de aceite de ricino.

Aristóteles en el V capítulo de su «Poética» ni da una definición, ni propone una teoría de la risa. Sólo le interesan la imperfección, la deformidad, la irregularidad o la incorrección como elementos «ridículos» de la comicidad. Pero reconoce que no se puede aplicar su análisis a toda clase de risas… como las que provoca el vodevil de la Cárcel dando jaque a la torre con la gorra.

El espectador se dice: «Los actores… tienen que haber salido de un manicomio». En verdad son estudiantes de Filología, Ciencias Exactas o Literatura Latina. Parecen ser, por mor de su primor, lo que en la obra son: una impoluta prostituta sado-masoquista, un proxeneta veleta habilísimo, un campeón sicópata y patoso, una doncella (¡centellas!) experta en todo lo peor, un señorito frito y bendito y una superdota de camarilla y kamasutra. Se han gastado para montar la obra (¡sin cobrar un duro, los muy puros!) 27.000 veces menos de lo que cobró por mes el estraperlista socio listo (¡Jesucristo!) que programó el teatro en la exposición de Sevilla. De donde se llevó hasta la silla. ¡El muy canilla!… por no decir ¡el muy canalla!

Por favor, si el vodevil (¡sin perejil!) emigrara a un teatro normal (como el mito de la espigarda gallarda) que no añadan ni un clavo (¡ni un nabo!), ni un botón (¡ni un botín!) al decorado y a los trajes. Estamos de tramoya ñoña hasta el moño. ¡C…!

Con razón el escolástico (¡elástico!) Suárez no concibe la risa sin admiración: «… Porque la experiencia enseña que no se produce la risa si no trae consigo la novedad… y la admiración».

Gracias a estos «admirables», pues, actores la representación desenfrenada se convierte en una máquina a expeler peripecias, sorpresas, amor, libertad y carcajadas. Todo vuela hasta el último telón como calma que lleva el establo.

Rabelais afirmó que «la risa es lo propio del hombre». Que no hubiera dicho si hubiera asistido al misterio (¡celtiberio!) que se celebra con las representaciones de este vodevil viltroteante.

Al término de su paraíso da risa un espectador comentó: «Me dije que semejante frenesí sólo podía terminar en bacanal de la ruta del bacalao o en delirante delirium tre-mens. Pero era mi día de Reyes Magos: tuve derecho a los dos ¡y al mismo tiempo!».

Otro febril espectador, desternillado de risa, comentó exageradamente: «En las tablas ya sólo queda el vodevil el resto… ¡es teatro!»