« LAS orejas del presidente » (Ed. Fayard) de Pontaut y Dupuis contiene la lista de las personas cuyas conversaciones Mitterrand se divertía escuchando. Haciendo gala (¡y con qué gula!) de admirable eclecticismo. Entre los espiados figuran:
La « Asociación Cultural de Aristócratas Libertarios », « El Club de Bridge de l’Étoile », la « Carnicería Central », la Sociedad « K. O. », el Aga Khan Karin o el cabaré « Don Camillo ».
No extraña que se espiara a sí mismo. La Presidencia de la República fue una de sus víctimas. Como sus más próximos colaboradores. Y entre ellos sus bienquistos y sus ministros, sin olvidar al primero… y ¡a su compañero!
Las cadenas de televisión o las casas editoras tampoco escaparon a su espionitis crónica: Pauvert, Buchet-Chastel, Fasquelle, P. U. F., La Table Ronde, etcétera. Se rumorea que los que no fueron vigilados hoy temen pasar por guindillas o guardillas de Mitterrand.
También espió el presidente a tiendas (como la «Casa del Juguete» o la «Cuchara de Madera», hospitales (como «La Pitié Salpêtrière»), bares (como el «Pourquoi pas?»), clubes (como «El Barón»), cafés (como el «des Sports»), sociedades (como la «Francesa de Higiene» o la «Lámpara de Aladino»).
Escudriñaba las conversaciones de los mejores hoteles parisienses pero sin desdeñar las de las casas de citas ¡o las de las ermitas!
Oyó casi todo lo que se decía por teléfono en «Tip Top» o en «Coccinelle», en la «Oficina del Turismo Senegalés» o en el «Colegio Americano de París» en el «Pato encadenado» o en «El Idiota Internacional».
Sin perder ripio escuchó las conversaciones del patrón del restaurante Lipp, las de la actriz Carole Bouquet y las del ex emperador Bokassa.
La Sociedad «Secrets» no tenía ninguno para él, como tampoco el líder trotskista Krivine o el «night-club» «El caramelo».
Espiar es observar o acechar disimuladamente lo que pasa… pero «¡para comunicárselo al que tiene interés en saberlo!».
Mitterrand innova: es él quien tiene interés, en saber lo que pasa, y al mismo tiempo el que espía.
Víctor Hugo retrata al pirata escarlata cuando escribe en «Los miserables». Lo observaba todo, lo escuchaba todo, lo recogía todo… Sabía que se estaba muriendo y espiaba incluso en su agonía, acodándose sobre su sepulcro… y tomando notas».
Las raíces de la palabra espía ¡cuán reveladoras son!
En indo-europeo «spek» (o «spok») evoca la idea de mirar. El antiguo germánico formó con ella la palabra «speha»: observación, acecho.
Los ejércitos romanos del Norte la latinizaron creando «spia». Que dio vigía, atisbador, espía.
Los griegos, jugando a la metátesis, invirtieron las letras de la raíz indo-europea: formaron «skep» («skop»). Que; a su vez originó «skeptesthai»: examinar.
El que todo lo examinaba de forma sistemática era el «skeptikos».
Mitterrand fue un espía escéptico.
¡Disponía de tanto tiempo para su pasa tiempo! Hoy conocemos la profundidad de su cultura ¡y su curiosidad! Era un hombre que sólo leía periódicos «populares» y especialmente semanarios de «peluquería». A un amigo que le esculpió un busto le maravilló observar que durante las largas horas de «pose» únicamente le absorbió la lectura de estas publicaciones.
A aquel que todo lo vigila los griegos le llamaban «episkopos» el que lo espía o lo observa todo («epi»). La palabra evolucionó en latín formando «episcopus» (obispo).
Para algunos Mitterrand era «un obispo escéptico».
Antes de su toma del poder el oficio de soplón lo ejercían suplentes y suplefaltas. Gracias al cardenal de Retz sabemos que «madame d Épinette espiaba para el cardenal Mazarin». D‘Aubigné afirma que la «Reina madre tenía veinte espías».
Mitterrand se ha- beneficiado de la técnica Mitterrand se ha- beneficiado de la técnica de hoy. Le ha permitido una elipsis elísea. El espía y «el que le ha encargado anotar todo lo que pasa». Madame d Épinette o los veinte espías de la Reina madre fueron reemplazados por un chivato magnetofónico.
La raíz indo-europea de espía ha permitido también formar otros vocablos latinos:
Specere j, inirar; speculari observar intensameríte, meditar. Palabra que a su vez se ha enriquecido con dos signiñcados opuestos: especular en el sentido de búsqueda desinteresada y especular en el sentido de interesado proyecto financiero.
Mitterrand practicó los dos al mismo tiempo ¡y con el mismo virtuosismo y egoísmo que el espionaje salvaje.
Pero la advertencia de Boursaut no llegó a sus oídos: «de todas las tareas la más rastrera y cobarde es la de espía».
Otro de los derivados de la raíz «specere» (mirar, espiar) es «spectrum» que valía por «visión irreal». Esta visión es uno de los espejismos que pueden perturbar el aparato del chivato.
¿Es un «spectre» el mundo? Mitterrand intentaba comprenderlo mejor… «ad maiorem Franciae gloriam».
El presidente se transformó por mor de su espionaje en espectador («spectator»: el que mira) y lo que veía en «spectaculum»: que no es otra cosa que la cosa mirada y oída.
A Mitterrand se le conoció por «el florentino». Aunque se le hubiera podido dar como mote o remoquete otro de los derivados de la raíz «spia»: «circumspector» («circum»: alrededor) el que mira en torno suyo. Es decir, el prudente.
Muchos le tacharon de despreciar a sus compatriotas ¡con quienes tan poco compartía! Desprecio también proviene de la misma raíz «despectus» es el que mira (el que espía) desde lo alto.
Montesquieu, hablando del espía y del espionaje, descarga el nublado y los venablos: «la infamia de la persona juzga la infamia de la cosa».
A Mitterrand, sin razón, se le ha perdido el respeto tras conocerse su avariento talento de espía. «Respectus» es mirar atrás… estar atento a uno… concederle consideración.
Los franceses sabían que les miraba con desconfianza y con sospecha. El vocablo «suspicere» («sub-specere»: el que mira dentro, con sospecha, desconfiado) es el origen de la palabra sospecha.
Mitterrand oía y espiaba también a famosos de tórridos amores o tópicos calores. Practicaba entonces otro derivado del mismo origen: la «exspectatio»: mirando y oyendo ávidamente y con curiosidad.
El cuadro de honor de sus espiados se ha dicho que lo formamos los hombres de letras (¡aunque no de negritas!) a quienes nos acechó, vigiló, y oyó a escondidas. Mitterrand conoció, gracias a su chivato, nuestras conversaciones, -y nuestra forma de abordar la vida cotidiana. Pero sus espiados tan sólo fuimos veintiún escritores: Cioran, Michel Déon, Yves Berger, Topor, Bernard Franck, Baudrillard, Philippe Sollers, Jean d’Ormesson, Gabriel Matzneff, entre otros.
Creo que los comentaristas se equivocan a la hora de buscar las razones de este acecho a pecho. En mi opinión Mitterrand tan tos: sólo sentía curiosidad por sus escritores favoritos.
Todo el mundo puede conocer nuestra inspiración. Es suficiente con abrir cualquier libro nuestro. Ninguno de nosotros hemos escondido nuestras querencias ¡o nuestras a conferencias! ¿Qué necesidad tenía de pinchar nuestros teléfonos? Incluso un hombre que sólo leía semanarios amarillo-obscuro ¿no podía haber encargado a uno de sus consejeros noveleros que leyera alguna página nuestra?
Lo que sí sorprende es la ausencia entre los espiados de escritores de la categoría de Kundera, por ejemplo.
¿Hubiera pinchado Mitterrand (¡viajemos en océanos de anacronismo!) el teléfono de Pascal? Si lo hubiera hecho habría oído: «Consultamos la oreja cuando nos falta corazón».