A la muerte del famosísimo académico y premio Nobel Anatole France su entierro movilizó a la muchedumbre más numerosa (¡y fervorosa!) de este siglo. Pero hoy, como si fuera el más anónimo de los desconocidos, no se encuentra ninguno de los libros del ex-inmortal en ninguna de las estanterías del país. (¡Chis!)
Precisamente el 12 de octubre de 1924 en la escena de la Ópera de París agonizaba «Thaís» (¡achís!) mientras que a las 11 y 26 de aquella misma noche moría el celebérrimo creador de la lírica heroína: Anatole France, el. escritor más conocido de Francia y del mundo de entonces. Un cirujano extrajo su cerebro. Se comprobó que era más pequeño que el del promedio de los mortales (¡o de los hospitales!).
Semanas antes Iván Goll, como director (con sus amigos, Marcel Arland, René Crevel, Joseph Delteil, Robert Delaunay, Fierre Reverdy entre otros) acababa de crear, confidencialmente, la revista «Surréalisme». Vocablo que había inventado Apollinaire. El primer número se abrió con el primer «Manifiesto “del” surrealismo de André Bretón. Y con esta definición: «el surrealismo está constituido por la transposición de la realidad a un plano superior».
Los funerales del insigne premio Nobel fueron organizados con todo lujo por el Estado francés. Ya nunca más se ha visto algo parecido en el país. De su novela «La isla de los pingüinos» su «fabuloso triunfo», se habían hecho cientos de ediciones y traducciones (¡y revelaciones!). Pero Anatole France había constatado, como una premonición, la derrota de toda lógica en la victoria. «El triunfo de! ser humano» pensaba aquel «indiscutible genio» sólo es un fenómeno transitorio rápidamente ahogado por las miserias o perversidades inevitables».
Sin embargo, a la muerte de Anatole France los surrealistas redactaron un panfleto, «Un cadáver» y para mayor abundamiento lo envolvieron con una cinta y una cita de la propia «Thaís»: «Se volvió tan horroroso que pasando la mano por su cara notó su fealdad».
Un gigantesco catafalco (¡sin catalufa! pero tricolor) con los restos de Anatole France fue alzado en la plaza más prestigiosa de París. En la del Instituto, frente a la Academia Francesa (¡como la bullabesa!). Le fueron rendidos los honores militares. Todas las autoridades, todas las «fuerzas vivas», todos los periódicos y alcaldías se pusieron de riguroso luto (¡y sin futuro!). Los autores más consagrados escribieron los panegíricos más sentidos.
Sin embargo, el poeta surrealista Philippé Soupault escribió en «Un cadáver» bajo el título «El error». «Nada se puede esperar de Anatole France, de este recuerdo fofo… Como, por fin, todo se ha terminado, que nadie añada una palabra… Señores de la familia ¡un poco de dignidad! Puesto que hay que poner una corona sobre este ataúd que sea lo más pesada posible para que ahogue el recuerdo… de este personaje cómico».
El presidente de la República y el presidente del Consejo, todos los ministros, todos los dipiitados y senadores, todos los consejeros de Estado, todos los embajadores en Francia, todos los organismos y cuerpos del Estado etc., solemnemente formados «¡y firmados!» asistieron a la ceremonia en honor del renombrado escritor.
Sin embargo, el poeta surrealista Paul Eluard escribió en «Un cadáver» bajo el título «Un viejo como los demás»: «A un cadáver así no se le puede amar… Anatole France es el escepticismo, la ironía, la cobardía… Un gran impulso de olvido me aleja de todo esto… de todo aquello que deshonra a la Vida».
Acompañado por la Quinta de Beethoven el cortejo con los restos de Anatole France llegó a los Campos Elíseos. Una imponente carroza llevada por seis caballos encapados (¡por partida doble!) transportó el cuerpo del difunto. Los niños de las escuelas y los estudiantes de las universidades lanzaron una lluvia de flores especialmente crisantemos al paso de la comitiva. Todos los partidos políticos fueron representados desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha de Maurras.
Sin embargo, el poeta Louis Aragón escribió en «Un cadáver» “¿Ya abofeteó usted a un muerto?”: «Para mí todo admirador de Anatole France es un ser degradado… Este hombre escribió el más abyecto y deshonroso prefacio a Sade… Era el asno oficial… Este usurero aterrado por miedo al ridículo escribía pésimamente, lo juro, A. France era un… execrable histrión del espíritu… un literato a quien saludan, hoy muerto, el tapir Maurras y Moscú la chocha».
Centenares de miles de personas siguieron el cortejo del cadáver del académico insigne (¡cubierto de insignias!). El tráfico de tranvías y coches fue prohibido. La ceremonia fúnebre se convirtió en la más grandiosa (¡y cuantiosa!) de la Francia de este siglo. La prensa recordó que «La Isla de los Pingüinos» era una novela y una profecía: «mientras que los humanos se creen libres en sus cavernas platónicas, Anatole France se pregunta: ¿La verdadera libertad es la que no reconoce la libertad contra ella?».
Sin embargo, tan unánime manifestación fúnebre inspiró al creador del surrealismo, el poeta André Bretón, en «Un cadáver», su «Prohibición de inhumar»: «Si, estando él en vida era ya demasiado tarde para hablar de Anatole France, limitémonos a echar un vistazo de agradecimiento al periódico que se lo lleva, al papelucho cotidiano que lo trajo. Loti, Barres, France, tiremos los tejos de alegría para festejar el año que ha dado la puntilla a estos tres siniestros tiparracos: el idiota, el traidor y el policía. Tengamos, no me opongo, para el tercero, no me opongo, una frase de desprecio particular. Con France desaparece un poco del servilismo humano. Festejemos el día que entierra a la astucia, al tradicionalismo, al patriotismo, al oportunismo, al escepticismo, al realismo y a la ausencia de corazón. Pensemos que los más morcilleros actores de hoy han tenido en Anatole France al compinche y no le perdonemos el haber mancillado los colores de la Revolución con su inercia sonriente. Para encerrar su cadáver que se vacíe una de las cajas de los muelles donde están esos libros antiguos «que tanto le gustaban» y que todo se tire al Sena. Un hombre como él no tiene que criar polvo».
Mi pasión por la pintura (y quizás también por los meandros de la ceremonia de la fama) me ha llevado a colaborar constantemente con los pintores del siglo y no todos surrealistas (Saura, Dalí, Mustafá Arruf, Mateos, Félez, Magritte, Arnaiz, Botero Crespo, Julio Arrabal, Picasso, Bartolozzi, Camacho, Amat…). A algunos incluso les he «dictado» retratos al óleo (¡pero sin píleo!) Unos artistas hoy son famosísimos e indiscutibles «genios» (¡del milenio!) y otros no. Así que pasen otros setenta y cinco años ¿a cuáles el destino habrá puesto (o conservado) en el cuadro de honor del prestigio? Para llegar a la celebridad ¿hay que abofetear cadáveres?
Y como ya vivimos en «La isla de los pingüinos» el destino ha dispuesto que estos cuadros (realizados al a-limón) se puedan visitar ya, sin salir de casa. En el: http://www.arrabal.org