LA prensa internacional, desde el «New York Times» hasta «Spiegel», considera la novela de Houellebecq, «Plataforma», como «el acontecimiento mediático-literario de la nueva temporada» («Paris-Match»). Con qué virulencia brotaron y brotan las polémicas … antes y después del Martes de Ceniza, cuando la Quimera derribó las torres del tablero planetario.
En la novela, un grupo terrorista formado por fundamentalistas islámicos asesina a 117 turistas. Miguel —el personaje central— halla el cuerpo de Valérie descuartizado y desparramado, entre las víctimas de los matainfieles. Con ella había conocido la unión espiritual fuente engendradora de libertad y poesía. Hace ya sesenta y cuatro años André Breton anunció: «El amor será “convulsivo” o no será».
«Plataforma» es el
tratado de moral y el
poema lírico de nuestro
tiempo. Fallecidos la
mayoría de mis mejores
amigos como Beckett,
Ionesco o Topor, hoy
Houellebecq tiene un
lugar muy especial
en mi vida
Miguel, conmocionado ante el cuerpo hecho pedazos de Valérie, comprende que ya nunca más podrá levitar entre sus labios. Trastornado por el dolor dice la frase que tanto ha escandalizado: «Siento un estremecimiento de entusiasmo cuando me entero de que han matado a un terrorista… Odio al Islam… ha roto mi vida». Houellebecq comprende la sed de revancha en semejante momento pero no la comparte. Me dice:
—No he conocido el sentimiento de venganza, ni siquiera cuando en los Campos me torturó en los retretes del colegio.
Es tan infantil pensar en venganza hoy: mañana siempre aparecerá detrás del muro de la reversibilidad. A Houellebecq ya le han llevado a los tribunales a oscuras y sin más huellas que las del rencor. Entre otras, la Organización Islámica para la Educación, las Ciencias y la Cultura ha pedido a la Unesco «que se tomen todas las medidas adecuadas para condenarle». El director del guía de trotainmundos más influyente e inflado previene, «la novela de Houellebecq, monstruosamente difamatoria, es… de juzgado de guardia». La revancha inventa designios entre arreboles y alguaciles.
«Plataforma» es el tratado de moral y el poema lírico de nuestro tiempo. Fallecidos la mayoría de mis mejores amigos como Beckett, Ionesco o Topor, hoy Houellebecq tiene un lugar muy especial en mi vida. Hablamos de teología, de filosofía, de ciencia y de amor con la gravedad esclarecedora del humor. Lo que cuenta está más cerca porque lo ve a través del espejo. Entre risas me dice:
—Sobre la prostitución hablo en la novela por boca de ganso.
¿Se puede identificar al asesino de «Pascual Duarte» con Cela o al médico criminal con Calderón? Los trotainmundanos del ruido y del rumor pretenden que la opinión del personaje de «Plataforma» es la de Houellebecq. «El ser humano se siente tanto más apegado a su vida cuanto más abyecta es: se convierte en su protesta, en su venganza de cada instante». Miguel y Valérie habían vivido «locamente enamorados la excepción romántica perfumada por la pureza, el altruismo, la ternura y las felaciones con frambuesa». Pero antes de su regeneración por el amor Miguel había sido el prototipo del parásito modesto y moderno: onanista tesonero, racista sin militancia y soltero sin resistencia. Terminadas sus horas de labor sin amor se clausuraba en su nido de nada para zapear la tele pelele zampando salchichas con mahonesa. Realizaba una cotidiana romería a un «peepshow» para cambiarse las ideas y los calzoncillos. Tenía sueños grises o mediocres ¡de color ocre y a veces gris! Cuando, de tarde en tarde, una tarde intentaba ligar, se arreaba un gin-tonic para arries-gar y un viagra para no amodorrarse. Su trabajo ¡del carajo! en el Ministerio de Cultura consistía en subvencionar «técnicamente» los proyectos aprobados por su jefa de servicio: exposiciones, instalaciones o espectáculos post-modernos. En su foro interno (para no llamar la atención a sus colegas en la inopia) se decía que la panoplia que subsidiaba es el colmo de la impostura artística. Ya nadie piensa como aquella amante romántica despojándose a oscuras de su ropa interior.
Antes de alcanzar la purificación, a Miguel le pregunta Valérie si las tailandesas se ayuntan mejor que «nosotras». Miguel responde: «El “hombre moderno” está obsesionado por el trabajo y evita el amor. Por egoísmo no puede aceptar el matrimonio pero ignora el arte de amar. Ha creado un sistema en el que es imposible existir». «Morituri te salutant»!
Se le acusa de reaccionario pero le defiende «Le Monde». Se le niega por racista pero inicia su novela con el retrato de la seductora Aïcha. Me dice:
—Nunca confundí a los árabes con los musulmanes.
Se le calumnia por «pedófilo», pero la julieta de «Plataforma», la sublime Valécho a tener sentimientos antirreligiosos. ¿Amén?
Vivimos tan desilusionados ¿que ya no podemos ni darle gracias a Dios? Pero dice Houellebecq:
—Una religión compatible con el saber científico y la indeterminación cuántica podría devolvernos el encanto embriagador de la divinidad.
Y públicamente declaró: «La religión más gili es sin dudarlo el Islam». En realidad la divisa de Houellebecq y de tantos entre sus contemporáneos sedientos de fe y de ciencia sería «No juremos su Santo Nombre en vano».
Los trotainmundos sólo pueden visitar las sombras del vacío. Pero la literatura es el espejo de su época. «Plataforma» apareció en las librerías una semana antes del Martes de Ceniza. En medio de tanta información desinformadora que padecemos el escritor ejerce el don de observación; tiene el deber de transmitirnos sus risas y sus incertidumbres. Sólo el silencio es asesino, racista y obsceno: se callan, incluso en las familias, para mejor expoliar a los indefensos y ahogar a los ancianos. Cuando el escritor alcanza el arrabal extremo de la lógica, el mundo comienza a crearse a su imagen y semejanza.