«PIERRE Victor» había fundado, en 1967, «Izquierda Revolucionaria» (y más tarde el diario «Libération») para hacer justicia (¡social!) sin que la fea burguesía se la tomara por su mano. Los pormenores, las enramadas y los símbolos alzaron la esperanza: ¡ni robots, ni esclavos!
«Pierre Victor» fue el último secretario —¡secreto! — de Jean-Paul Sartre desde septiembre de 1974 hasta el fallecimiento del filósofo en 1980. Eran tiempos en que a Dios se le daba por muerto, a los ángeles por desaparecidos y al demonio por regenerado. Hasta los rinocerontes, contagiosos de padres a hijos, despreciaban, por vulgar, a un Dios que sólo era Dios.
«Pierre Victor» frecuentó los campos orientales para adiestrar a los siniestros terroristas. Intentó aprender a suprimir a los «enemigos del pueblo». Incluso, si necesario, sacrificando, «kamikaze», su propia vida como pétalo y agüero. El Poder sólo tenía el Poder y tan efímero que al arrancárselo sólo dejaría sus ruinas.
«Pierre Victor» a los 23 años con su formación abrazó y abrasó el horizonte de mayo del 1968 entre las barricadas y los búcaros. Fue el último en lanzar los adoquines y los exabruptos de las postrimerías. Era la época de los rehenes, de «Monsieur Nogrette» y de la dirección de Renault. Los accionistas, entre escombros, aparecían bruñidos como soldados y alfiles de la legión extranjera del Gran Capital.
«Pierre Victor» en los años emplomados de utopía y sangre estuvo a punto de perecer con nuestra generación entre pancartas, ovillos y tiranías. ¡Pon los pies en polvorosa camarada; el universo, carroza y polvo, te persigue a uña de caballo!
«Pierre Victor» soñó con aplastar al infame: al imperialismo vomitado por los Esta- dos Unidos; a su capitalismo de heces y barbaries; a su justicia de injusticia, clase y caca; y a su democracia de pestilencia, racismo y mastines. Soñaba con que el mundo conociera al fin la verdadera democracia guiada por el partido único de los trabajadores. «The americans flag» y la de sus naciones, alfombras y espalderas serían rasgadas para transformarse en banderas rojas.
«Pierre Victor», fascinado por el terror, bogó entre las mareas de la venganza y las tormentas de la cólera. Preveía una justicia inmanente establecida por los tribunales populares. Esperando el San Bartolomé planetario y proletario sus compañeros se instituyeron a sí mismos como procuradores sin matices de olvido. La Bolsa era un tugurio de ladrones y los Palacios de Justicia cubil de asesinos. ¡Señores mandarines vamos a morderles, rabiosos!
«Pierre Victor» fue cobijado por Sartre para escapar, disfrazado de secretario, a la policía de los privilegiados. El Ministerio de Interior Francés se había propuesto detenerle y acabar con él y su hojarasca. La burguesía era una sociedad carnívora.
«Pierre Victor» y Sartre, analizando al alimón, pronto comenzaron a pensar de otra manera, en sus ansias de frescura y glorietas, ante el estupor de la mayoría de los militantes de viaje. Y la condena de sus íntimos, como recuerda Simone de Beauvoir en «Ceremonia de despedida»: «Sartre se dejó convencer por una aventura bastante imbécil… como muchos exmaos Víctor se ha vuelto hacia Dios…»
«Pierre Victor», (ya casi Benny Lévy) iluminó a Sartre con su novísimo misticismo y su talento de siempre. El filósofo antes podía argumentar, por ejemplo: «…la felación si bien se mira es una castración… un macho que fornica con otro no es un doble macho sino una hembra que se ignora…». Días antes de morir, en comunión con Benny Lévy, y su vadear entre brisas y verjas, reconoció: «La idea de ética, como fin último de la revolución es una especie de mesianismo. Al fin la revolución se puede pensar verdaderamente».
«Pierre Victor» en la Tierra de Promisión ha vuelto «a ser el que era». Ha recuperado el nombre, Benny Lévy, que recibió al nacer el 28 de agosto de 1945 entre los capiteles y las raíces del nido.
«Pierre Victor» renació Benny Lévy de la mano de Sartre. Pero consiguió la transformación definitiva gracias a la obra de Lévinas. Luego estudió la Tora en Jerusalén y dirigió el Instituto de Estudios Levinasianos con la flora y el ajenjo del terruño.
Benny Lévy contó en París con un Hospital de Incurables y un editor: «Verdier». Gracias a ellos, y sin proponérselo en absoluto, escandalizó publicando sus últimas entrevistas con Sartre, sin enaguas ni panteras de Cochinchina. Benny Lévy afirmó que el «asesinato del Pastor» es el primer crimen en la carrera hacia el callejón sin salida. Hoyo donde la humanidad, sin transcendencia, está atrapada hoy entre barrotes e incendios.
Benny Lévy anunció la resurrección y escuchó la armonía. La Voz del Sinaí pidió a los 600.000 acompañantes de Moisés el abandono de la política. Les instó a que se tornaran hacia la glorificación del individuo, fuera de la ciudad, de los sahumerios y del yermo.
Benny Lévy en el «Instante de Sócrates» sope- só el peligro de las sombras y del ídolo… ¡de la política! Alcibíades para entrar en ella se propu- so seducir, entre sauces y cerezos, a todo el mun- do, «hoi polloi». Sócrates le sugirió que, descom- poniendo a la masa, convenciera a cada uno. Es el tema espiritual ¡renaciendo del asombro! Ar- madura del amor e incluso de la novela «El Mo- no» que me inspiró, enganchado al caballo, el suprimidor de la fortuna y la vida de una anciana.
Benny Lévy creyó que la Modernidad es el em- peño de Pablo. Proseguido por la secularización del paulismo a través de Hobbes, Spinoza, Freud o Foucault. La Ley, ayer plantada en la realidad, hoy se entenebrece en el símbolo. El Imperio del vacío progresa con fogatas. La política vacila entre la urgencia de la salvación y la inevitabilidad de vivir juntos bajo contrato ¡con las llagas del malentendido!
Benny Lévy opinó que los contemporáneos, «al final de sus sueños de aturdidos revolucionarios», se han marcado la tarea de librarnos de las ficciones, sus mortajas y ladrillos.
Benni Lévy previno contra «la transcendencia vacía que gobierna al mundo desde la nada…» Pero Nada, como Atlas, lleva en sus hombros el universo. Bajo los adoquines políticos está la playa del amor al prójimo.
Benny Lévy, mientras yo terminaba de escribir «Carta de amor», en 1998 en Jerusalén, (obra que hoy esplendorosa representa María-Jesús Valdés en París) me apareció en un encuentro sin posible olvido con su brújula y su esplendor. Para nuestra felicidad, eligió meditar sobre la transcendencia. Las circunstancias políticas sólo resuelven los problemas existenciales de los filósofos de cucharilla y porra.
Durante nuestro último encuento en Jerusalén le dije a Benny Lévy: «Se ve que Dios le habita». «¿Cómo se dio cuenta?» me preguntó. Y le respondí la evidencia: «Por su risa alegre, por su sonrisa de felicidad».
Desde Tel-Aviv, Ruth Reichelberg me comunica, destrozada por el dolor, la noticia: Benny Lévy acaba de morir de un ataque al corazón.