Arrabal Fernando

BESOS DE MI MÁQUINA SOLTERA

FERNANDO ARRABAL
12 DE DICIEMBRE DE 1999

Version espagnole

«EL poder virtual corrompe? me pregunta (¡y a usted!) un cartel de la capital y una página de periódico. La interrogación anuncia la premisa: ¡existe un poder virtual! Y tan poderoso ¿que sería capaz incluso de corrompernos? Lo sugiere con su publicidad un desconocido (¡para mí!). Tan sólo deja cómo rastro y rostro un soplo impalpable, su «emilio» la dirección cibernética de su acomodo.

Otros acomodados, escandalizados o escaldados contestan esta autoridad cuasi suprema. Pero, chuscamente, sin dejar de creer en ella. (¡En semejante quimera con ramos de ramera!) Detrás del mando corruptor atisban a los bárbaros de la técnica y a los ogros de la cibernética. Temen que con sus varitas mágicas y sus «modem» nos conviertan en repugnantes sapos o en «kapos» de Internet (¡y sus soviets!). Y al borde también de la histeria patriótica están dispuestos a repetir la jaculatoria del pataleo xenófobo: «¡que inventen ellos!» (¿para qué inventar otra?). Defienden a lo que llaman la cultura… «de la realidad».

En la acera de enfrente el director del ZKM de Karlsruher, Peter Weibel, asegura «El arte del siglo que comienza será interactivo. Se hará más en Internet que fuera de él por los artistas de los nuevos “media” (¡femenino y singular!)». «El arte de hoy forma parte de la construcción de nuestra realidad».

Pero ¿qué es la realidad? ¿Una suposición o una superchería? Precisamente comencé a preguntármelo a los diez años. Cuando un corro de corroboradores del antiguo régimen tras escudriñarme y escrutiñarme, me nombró superdotado. Y me dije: ¿cómo mensurar o acordelar la inteligencia o la realidad? Las dos (se me antojaba ya) que adolecían de incertidumbre fundamental.

Hay fanáticos (¡tan simpáticos!) del escribir «como ayer» y del escribir «como hoy». Argumentan atrincherados detrás de la modernísima pantallita de ahora o de la modernísima máquina de escribir de antes. Unos y otros intentan apropiarse de lo inapropiable: la realidad.

Precisar la realidad es pura ilusión. Podemos fragmentar y calcular algún cacho pero nunca conseguiremos vencer la indeterminación del todo. Lo que hubiera nombrado Cervantes o Montaigne la ambigüedad y lo que llamamos, al crear el grupo pánico, la confusión.

De ahí esa misteriosa seducción que siento por la informática; por ésta utópica empresa de ordenarlo todo (¡y definirlo!) ignorando lo indefinible; por este artefacto sin deseos pero cubierto de achaques que van del virus al parón súbito o al apocalíptico «bug» por esta técnica (primer avatar del arte según los griegos) con su miaja de artilugio («ars» y «lugere» -llorar-: llanto fingido, disimulo, astucia). Pero la informática también es una artimaña: artificio para engañar con maña.

Lo que me importa cuando juego con la máquina (a escribir, por ejemplo, o a navegar) es que se comporte como máquina y no como todo lo contrario. Lo que me asustaría sería doblegarla transformándome yo mismo en máquina y mi inteligencia en inteligencia artificial.

Sin embargo, Peter Wiebel afirma: «Aumentar la competencia científica e informática es la nueva fase del arte. Ha surgido una nueva alianza y un nuevo artista del siglo XXI».

Con la informática se alcanza la panacea del panarra: ¡lo virtual! El negativo de otro negativo: la realidad. «Realidad» tan inútil como nuestra memoria cuando la de la máquina está a nuestra disposición. ¿De qué nos serviría nuestra inteligencia cuando «ordenamos» nuestros datos y ratos con la inteligencia artificial?

Lo que llamamos realidad (¡indefinible!) ahora ya la tenemos encerrada para siempre (¡y definida!) en la realidad virtual. La realidad a secas se ha desvanecido. Ha pasado de la indeterminación cuántica a la desaparición práctica por sustitución virtual. Gracias a esta novísima realidad (¡virtual!) el mismísimo beso será un recuerdo de museo que servirá a modelar los besos virtuales.

El docktor Weibel nos advierte «La noción incrementada del arte por la ciencia y la informática ya no es revolucionaria. Es mejor aún: ¡Es normal! Ya no hay otra forma de creación».

Forma virtual. Es decir en un estado de preparación hacia la totalidad. El diccionario de autoridades definió en 1737 virtual como: «Lo que en virtud, fuerza o actividad equivale a otra cosa en orden a obrar como ella». Y en 1992 el de la Real Academia: «Que tiene virtud para producir un efecto aunque no lo produce de presente». Lo virtual informático permite como el «coitus interruptus» mantenemos en suspenso ¡qué «suspense»!

La inteligencia artificial es el motor y el navegador gracias al cual viajo por la realidad virtual. Es la técnica capaz de utilizar la información. Mientras que la inteligencia sin artificios es el arte de servirse de ese enigma llamado pensamiento. Ambas son antagónicas y opuestas ¡hasta en las encuestas!

La inteligencia artificial nos impulsa a confiar a la máquina la responsabilidad de calcular o de adquirir conocimientos. Gracias a ella se podría parir una criatura a nuestra imagen y semejanza ¡pero superior!: la máquina del futuro. ¡La vicedios del viceversa!

El docktor Weibel asegura que: «En el siglo XXI el artista creará gracias a la interdisciplina y a la informática». Y yo pienso en la divina Franziska Megert.

La máquina nos encanta (literalmente) y nos divierte por su testarudez de testaferra. Todo debe servirle para informar o calcular. Gracias a ella apreciamos más que nunca la inservilidad de todo lo que brota genuinamente o genialmente. Volvemos a las catacumbas y tenemos derecho (¡al fin!) a ser inteligentes sin buscar utilidad o comodín. Gracias al modelo virtual que nos sugiere la máquina nos complacemos en la dirección opuesta con una inteligencia cada vez más misteriosa o mística.

Un día jugando al ajedrez con ella me felicitó y me preguntó «¡Bravo! ¿Es usted otra computadora?». Comprendí disgustado que por un instante mi inteligencia se había vuelto artificial. Sin embargo entre la máquina y yo no hay nada en común. Ni hostilidad alguna. Es mi solícita esclava ¡y sin baba!

La máquina para remedar el placer humano (¡que está aprendiendo!) se muestra tan mustia y tan soltera como la de Duchamp. En 1985 cuando con su ayuda realicé una exposición confesé: «¿Qué afinidad se puede tener con una máquina incapaz de creer en Jehová, en Dios o en Alá?». De ella, con la que tanto he navegado, nunca podré decir «con la que tanto he querido». Y es que ni sabe presumir, ni quererse a sí misma, ni admirar sus propios conocimientos. Ni amar. Por ello sólo me da besos… ¡virtuales!