Arrabal Fernando

CARTA A MI QUERIDA NEGRA

FERNANDO ARRABAL
26 DE SEPTIEMBRE DE 1999

Version espagnole

«ALGUNOS han dicho que eres mi “negra”. Recuerdan haberte visto sentada en un café parisiense, neoyorquino o veneciano escribiendo en una libreta mientras que a mí, el autor, nadie me sorprendió nunca haciéndolo.

«Nos conocimos y casamos cuando ambos teníamos poco más de veinte años. Hace ya tantos. Te dijiste que era yo “el gran escritor de hoy”. Y desde entonces te aferraste a este sentimiento.

«Yo pensaba entonces que todo gran escritor es un ilusionista. Como la Naturaleza que constantemente nos engaña.

«Vivía desconocido en París. Una fotografía (de Gisèle Freund) conmemora el segundo número de la revista “Mesures”; se me identifica en ella como el dramaturgo “Audiberti”.

«Pasamos los primeros años con enormes dificultades económicas a las que hiciste frente con tu sueldo modesto. No sólo dabas clases, sino que además te dirigías con mis manuscritos a los editores. Tratabas con ellos como yo nunca hubiera podido hacerlo.

«Nos sentíamos desterrados en nuestro propio reino fuera del mundo. Inseparables y autónomos, juntos formábamos una pura afluencia.

«Escribí, por ejemplo “Hay noches que en cuanto me acuesto mi cama deriva hacia mi patria; hacia un precipicio donde van a matarme. Me despierto. Es de noche. Sobre la mesilla donde puse mi reloj y las cerillas veo apuntándome como un fusil una esfera luminosa. ¡Corazón mío! lo real es otra cosa: la patria, las estrellas y el precipicio florido de amapolas”.

«Eres siempre mi primera lectora cuando pongo el punto final a cada una de mis obras. Corriges a veces mis frases (como he anotado en mi diario) “cuando aún están calientes y húmedas”. Pero siempre has negado toda participación.

«En una de mis novelas se puede leer como las cosas suceden realmente: “No, en esta lengua no se puede decir eso de esa manera. Y si, por ejemplo,…” Y entonces ella sugería la palabra justa».

«Desde mi primer libro publicado, cuántas veces me he referido a “esa horrible dificultad para utilizar esa lengua tan nueva para mí”.

«Respondes a la mayoría de mis cartas. Algunas de ellas se interrumpen con frases de tu puño y letra como “mi marido se ve obligado a salir y me pide terminar su mensaje”. Otras veces adoptas un tono neutro y las firmas como “mi secretaria”.

«Sólo y protegido, compruebo que el único Tiempo que me interesa es el que puedo detener. Con mi espíritu y voluntad me ocupo de él meticulosamente. El futuro es un charlatán de la Corte de Cronos.

«Una noche en un sueño vi cómo un demonio me forzaba a identificarme con otro escritor incomparablemente alto, fuerte y cruel… Mientras que yo te gritaba “soy tu humilde servidor”.

«Vigilas lo cotidiano para que pueda consagrar toda mi energía a mi obra, a mi propio mundo… o al ajedrez.

«Un aficionado ha contado cómo, el día en que descubrí un problema inédito (para mí) de A. Troitzky, lo primero que hice fue correr para mostrártelo. ¿Y a quién si no?

«Gracias a ti, además del personaje que interpreto regularmente, existe mi yo inaccesible que proteges suave y firmemente.

«Algunos de mis personajes ¿quién puede dudarlo? son bastante odiosos. Pero eso no me afecta. Vegetan fuera de mí mismo como los monstruos lúgubres de las fachadas de las catedrales. Demonios plantados en ellas para que no se olvide que fueron arrojados desde nuestros adentros. En verdad soy un ser dulce al que le horroriza la crueldad.

«Tu presencia es constante en mi obra. Como musa y como modelo. Tu influencia y tu estampa aparecen en todo momento. Como lo que eres y tu contrario.

«Eres mi guía. Pero cuando digo que estás presente en mi obra lo niegas.

«Mi existencia sólo es una rendija de luz entre dos eternidades de tinieblas. Y esta grieta luminosa me acaricia siempre junto a ti.

«Y, sin embargo, braceas para que nuestra relación permanezca en la sombra. Un día en que estaba yo a punto de contarle a un erudito de mi obra cómo nos conocimos, le preguntaste: “¿Pero es usted de la KGB?”

«He comprobado, a menudo, que una vez atribuidos a mis personajes detalles de nuestro pasado (tan preciosamente guardado en el recuerdo) se marchitan en el mundo ficticio en el que acabo de instalarlos.

«A veces sueño que te dicto una nueva obra que te sorprende maravillosamente… ¡por mi elocuencia!

«Cuando paso horas (y a veces días, o meses) concentrado por el ajedrez, vigilas y me ayudas discretamente. Como si el juego te apasionara.

«Nunca consideras al mundo que te rodea como algo definitivo. Tu imaginación es el músculo de tu alma, por ello te adorna un fino sentido del humor. Pero lo que más enamora es tu culto casi fanático a la verdad.

«Comprendiste desde que nos vimos por vez primera que no pienso en lengua alguna sino en imágenes. Sólo algunos iletrados mueven los labios leyendo o rumiando. Pienso en imágenes, pero de vez en cuando una frase en mi lengua materna, o en la aprendida, pueden formarse en la espuma de la onda cerebral.

«Correspondes tan exactamente a lo que necesito que hubo algún malintencionado para olvidar que nos casamos tras el flechazo amoroso.

«En una novela corta que escribí veinteañero cuento la carrera breve y fulgurante de un pianista. Nació el día en que una admiradora se sentó en la primera fila de su concierto. Su triunfo continuó durante el tiempo que vino a oírle. Y concluyó el día en que desapareció del patio de butacas».

¡Cuántas murmuraciones se han forjado en torno a nuestra pareja! Nunca intenté rebatirlas. Nuestra pareja es una obra de arte. Como el arte formó nuestra pareja».

(Tras leer «Vera; la vida con Nabokov» ésta es la carta que imaginé hubiera podido escribir, a los 67 años, Vladimir Nabokov a su mujer Vera).