Arrabal Fernando

EL BESO DE LA TOSCA

FERNANDO ARRABAL
11 DE MARZO DE 1989

Version espagnole

HACE unas semanas asistí con no pocos pujos y especiales regostos a la prima representazione de «La Tosca» en la Scala, de Milán. Al punto de abrir el lujoso programa de ciento treinta páginas, me acometió una furia caníbal contra el mismísimo Carlo María Badini, sovrintendente del teatro. Una vez más, la Scala, en sus publicaciones, que no olvidan ni el alemán, ni el francés, ni el inglés, y con imprudente insolencia «ningunea» el español. Con semejantes ajuares, en verdad, el teatro milanés se alinea con aquel inolvidable Gobierno nuestro que rechazó el estreno de la ópera de Manuel de Falla «La vida breve» en Madrid, porque… no estaba escrita en italiano.

Pero en cuanto se alzó el telón, dejando mi rabieta entre bastidores, me dejé atrapar con docilidad por lo que mi oído proponía a mi pensamiento. Una sosegada templanza en los humores me llevó a los confines de la euforia. La música se puede escuchar embelesado al tiempo que sin la más leve alteración del espíritu se realiza otra actividad intelectual.

Hace ciento treinta años, en un palco de la ópera de París, Paul Morphy, mientras arrebatado escuchaba «La Norma» y no «El barbero de Sevilla», como suele afirmarse erradamente, ganaba una partida de ajedrez contra el «tándem» de melómanos, compuesto por el duque de Brunswick y el conde de Isouard. La partida duró el tiempo de la ópera. Cuando la Norma se inmoló en la pira, Morphy daba jaque mate a sus rivales. En el palco, los amigos del duque aclamaron con el mismo aplauso la representación y la «mejor partida de ajedrez del siglo».

Durante las cuatro horas que duró el estreno de Milán, el destino quiso que un escritor inglés fuera conde nado a muerte, que los últimos soldados extranjeros se fueran de Kabul y que en Argel se encontraran los amotinados con los regidores. Como para hacerse eco de estos sucesos los solistas de la Scala remataron la faena, transformados en profesores, con una lección de estrategia.

La ópera nos cuenta una pendenciera historia: la Tosca es na cantante enamorada de un revolucionario, el pintor Cavaradossi. Scarpia, jefe de la Policía, decide fusilar alconspirador, como mandaban los cánones de la justicia romana de entonces. Pero Scarpia está enamorado de la Tosca, para mayor intríngulis.

Con tuertas intenciones el jefe de la Policía le propone a la cantante un compromiso: si le cede, pondrá en libertad a su adorado pintor. A la fuerza ahorcan, la Tosca, para salvar a su bienamado, acepta el contrato leonino. Semejante acuerdo, consentido a regañadientes por ambas partes, adolece de falta de negociación. Nos suministra, limpio de polvo y paja, una enseñanza sobre los límites de un convenio insuficientemente ajustado.

Scarpia, pasándose de largo en astucia, ordena a sus esbirros que fusilen a Cavaradossi, tras haberse ayuntado con su querida cantante. Piensa que amanecerá con el día más risueño; gracias a su jugada maestra ganará en los dos tableros: matará a su rival y poseerá a la cantante.

Con semejante manera de razonar, y sin deslindar la ilusión de la realidad, la Tosca cree realizar una carambola de rositas: una vez arrancada a Scarpia la orden de liberar a Cavaradossi, en vez de recompensar relajadamente como estaba estipulado al jefe de la Policía, le ofrecerá una sorpresa mortal:

Scarpia (prometiéndoselas muy felices).- Y ahora, tosca, serás finalmente mía.

Pero la cantante aprovecha el extravío amoroso del policía para clavarle un cuchillo mangorrero en pleno pecho. Con raspas de chunga le emperifolla su muerte con esta jaculatoria:

La Tosca.—¡Este es el beso de la tosca!

El final del segundo acto concluye con esta primera muerte de mal agüero para el compromiso.

En el tercer y último acto, tal y como lo había planeado la artimaña de Scarpia, sus secuaces fusilan a Cavaradossi. La Tosca, al ver el cadáver acribillado de balas del pintor, respirando a empujones, sube a las troneras del castillo de Sant’Angelo y se suicida arrojándose al vacío.

Los tres cadáveres evidencian los errores estratégicos de los antagonistas. Metiendo la esperanza hasta la guarnición y juntando la codicia con la imprevisión, entraron en capilla de mogollón. Todo lo perdieron menos el dolor. Una concesión por parte de ambos hubiera dejado en vida a los tres… y Giacomo Puccini no hubiera compuesto la ópera más emocionante de la Historia.

Los dos centenares de palcos de la Scala aparecían durante aquella lección de táctica como otros tantos alveolos independientes y batalladores, desde los cuales cada familia actuaba como grupo de guerrilleros de su propia causa musical. ¡Incomparable y marcial teatro milanés!

Al abandonar la Scala me pregunté si en Londres, Kabul o Argel, los unos, los otros y los de más allá aprecian el arte lírico. Lástima sería que no escucharan una ópera como «La Tosca» que tan primorosamente cantaron, en su día, Montserrat Caballé, José Carreras o Plácido Domingo. Paradójicamente fue Nietzsche el que dijo «sin la música, la vida sería una equivocación».