Arrabal Fernando

EL TELÓN DE ACERO ESPAÑOL

FERNANDO ARRABAL
16 DE ABRIL DE 1993

Version espagnole

TAN súbitamente se alzó el telón de acero que ni a los dramaturgos nos dio tiempo a aplaudir. Y, sin embargo, ¡cómo nos beneficiamos de la abolición de la censura allende la famosa ex muralla! El verbo puede ya derramar su esencia reveladora.

Vemos al fin nuestro teatro representado libremente, ¡albricias! en Sofía y en Varsovia, en Moscú y en Praga; en Budapest y en Kiev. En escenas donde, por cierto, en muchos casos se fraguó la revolución. ¡Qué emoción sentí al asistir al estreno de mis obras, por ejemplo, en el Teatro Katona de Budapest, o en el Divadlo Korzo’90 de Bratislava! teatros resucitados donde se formaron los primeros comités antitotalitarios. Late en ellos el ritmo dócil de la ilusión.

En el Teatrul Odeón de Bucarest, las representaciones de mi obra «…Au pus catuse florilor» («Y pondrán esposas a las flores») se convirtieron en manifestaciones por la libertad. Incluso un crítico habló de «catarsis popular tras la caída del dictador». Mi descripción de las cárceles inquisitoriales que había pintado en esta pieza pensando en el martirio de mi padre y muy secundariamente en mi recuerdo de Carabanchel, fue vivida intensamente por unos espectadores que habían conocido otros presidios. Los diputados «conservadores» intentaron prohibir el espectáculo acusándole de obscenidad y de virulencia. Tenían razón: pocas veces se ha visto en la escena… y en los pasillos… y en el subsuelo de un teatro (formando todo parte de la representación) tanta violencia. Violencia menor, eso sí, que la que ellos mismos, los «conservadores», habían instaurado con sus campos de concentración y sus checas. El tirano rumano no supo que Séneca había advertido a Nerón: «Cualquiera que sea el número de los que mates, tu sucesor no estará entre ellos».

Ya no hay muro en el mundo para impedir a los espectadores ver el teatro de los poetas de hoy. Salvo, me aseguran mis compañeros del alma, en España… infiel a su gloria.

Me dicen que en el mundo del teatro la Administración franquista ha sido sustituida por algo peor: por una peña de simpáticos funcionarios, «mensualizados» («chupaimpuestos» les llaman los graciosos) que han conseguido vaciar los teatros tras una previa etapa de transformación en dormitorios. Esta hazaña la han conseguido, al parecer, al eliminar por la fuerza bruta a los dramaturgos tras adornarse con sus despojos. La barbarie del caníbal se acentúa cuando se cuelga al cuello el reloj de la víctima.

Debo reconocer que en la España de hoy soy un escritor privilegiado y hasta premiado por encima de mis modestos méritos. Habiendo escapado al genocidio poético, puedo, pues, comentar la situación con equidad. El antiguo Régimen, por otra parte, me condecoró con el único premio que podía atribuirme sin mancillarme: censura y prohibición. Filones de penumbra de un ayer casi olvidado. Pero reconozco que durante el franquismo el universo del teatro toleró una oposición digna y honrosa… salvo raras excepciones. Subvenciones, premios, subsidios y cargos oficiales podían caer y a menudo retribuían a miembros de la oposición. La serpiente durante la muda es ciega.

Hoy esto, según me cuentan mis colegas expertos, sería imposible. El grupito de amables «tramoyistas» que monopolizan el poder teatral ha trazado una trinchera. El conjunto de poetas dramáticos forma la oposición a aniquilar. Quieren un teatro sin imaginación, sin «desorden». Pero el que va más lejos es el que no sabe adónde va.

Lo más estrambótico es que al parecer esta pequeña pandilla de directores, a los que no les empacha ni la modestia ni la cultura, no sólo tiene el poder exclusivo en España de elegir textos, actores, decorados y presupuestos, sino el de alterar al contenido y la forma de la obra del dramaturgo. «El martillo tomará la palabra anunció», Nietzsche.

Un catedrático me asegura que el crimen fundador de esta secta (los «matones» los llama lonesco) sucedió el primero de abril de 1977 en el Teatro Tívoli, de Barcelona. Pero Buffon ya nbs enseñó en su tratado «Pájaros» que «el buitre prefiere alimentarse con carne muerta que con carne viva». En efecto, Eduardo Haro Teglen acaba de denunciar algunos de los saqueos de este grupo de violadores: «He visto un “Antes del desayuno” de O’Neil donde el culpable era el suicida; y su esposa una santa… Un Strindberg ¡feminista!… Un Calderón que no creía en el código del honor… Una “Luces de Bohemia” donde el gran personaje ibérico era un hombre aplastado y sin aliento… ».

En vista de que ningún poeta en vida permitiría tamaños desafueros, los directores, acomplejados, han decidido eliminarlos. «Plegar como una mies los cuerpos poderosos», decía Salinas. ¡Malhaya al que ingurgita el oro y la voz!

El verano pasado asistí a una representación de una obra de Lope de Vega dirigida por uno de esos enchufados, con unos jamelgos fofos, un decorado de carpintería con fláccidas espigas sostenidas por miles de clavos y una incomprensión de la obra tal que el espectador de buena fe se preguntaba si el director había leído una sola vez de corrido el texto. Lope de Vega, profeta, escribió:

TEATRO.- ¿Es posible que no me veas herido, quebradas las piernas y los brazos, lleno de mil agujeros, de mil trampas y de mil clavos?

FORASTERO.- ¿Quién te ha puesto en estado tan miserable?

TEATRO.- Los carpinteros por orden de los [directores].

Cuando un autor se dirigió públicamente al manipulador recordándole las palabras de Lope, éste argumentó, ¡probablemente de buena fe!, que era una cita inventada.

Uno de mis últimos recuerdos del teatro español se remonta a hace casi cuarenta años: la noche del estreno, en 1954, de «El marido de bronce», de Jacinto Benavente. En aquellos tiempos, los dramaturgos españoles estrenaban sus obras semanas después de haberlas escrito… Ahora la mayoría de los directores (¿son algunos analfabetos como se rumorea?) al parecer no leen ni las que montan. El productor de la obra era un obeso señorón al que las malas lenguas llamaban «el doce culos». Don Jacinto Benavente era un hombrecito grácil al que los malnacidos llamaban con otro apodo anal, «el de la teta del culo». Al término de la obra el productor cogió con sus manazas al muñequito atildado y le alzó por encima de su cabeza en un acto de elevación casi religioso. Y simbólico. Los grandes directores de hoy han tratado siempre de esta manera a los poetas dramáticos. Gravitando con humildad y genio sobre la enjundia plenaria.

Recientemente en Eslovaquia el ministro de Cultura, Dusan Slobodnik, pareció emocionarse durante el estreno de «El Triciclo». Escribí esta obra hace cuarenta años. En ella un grupo de jóvenes idealistas al margen de la sociedad, atosigados y perseguidos por el orden conformista, no consiguen comprender el lenguaje de los policías: «caracachicho, corocochocho, caracachí, etcétera». Durante una docena de años Dusan Slobodnik encerrado en el gulag siberiano no pudo leer ni escribir… ni hablar su propia lengua, pues estaba rodeado de guardianes rusos. «Pusieron a mi propia expresión- dijo- un telón de acero».

Un telón de acero ha alzado, me dicen, el grupúsculo de directores españoles «mensualizados», dilapidando el presupuesto del Estado. Nada cabe del teatro de hoy tras su lúgubre cero, sus silencios sin desembocadura. Las obras de mis colegas, tras él, aguardan con su eminencia en su punto de portento. ¿Tendremos que ver los estrenos de estos autores españoles en el Este? ¡Tras lo que se llamó el telón de acero!