JUGUETEANDO con sus chelis, al borde de la mar, la hija de Agenor no sabía que un venerable señor enamorado le contemplaba con arrobo. Para que le mirara con buenos ojos la que tan profundos los tenía, el «jocoso papá» que tal era su alias, se disfrazó de toro de campo y playa. Feliz idea la de convertirse en pelele de peluche, pues sabido es que las pollitas prodigios del ajedrez, las mozas buenas mozas del tenis o las chaveas fardonas u horteras gustan de recorrer el mundo protegidas por leones o panteras, no necesariamente rosas, aunque sí de felpa.
En verdad el venerable era algo más que señor, pues cargaba la profesión de dios y el nombre de Júpiter («Ju» por jovial y «piter» por padre). A la encantadora, en razón de sus ojazos se la conocía por el sobriquete de Europa («eurus»: largo, «ops»: ojo). El desenlace del arrebato ha sido contado, pintado y analizado ¡tantas veces! pero siempre transformando la seductora en seducida y el cautivado poco menos que en secuestrador, con tal empeño que la peripecia amorosa ha pasado a la historia bajo el rótulo de «El rapto de Europa». Que así va el mundo y sus leyendas disfrazadas de certezas.
Y, sin embargo, Ovidio en su «Metamorfosis» no pudo describir los hechos con mayor precisión, y muy especialmente el impacto que el toro de pega causó a la cautivadora de la profunda mirada:
¿Su color?
el de la nieve que pie no pisó.
Un cuello trenzado de músculos,
un generoso papo
y unos cuernos, claro está,
pero tan pequeñitos
que se diría que una mano los esculpió
más luminosos que el diamante.
La hija de Agenor viéndole tan bello
y tan poco amenazador se conmovió
Para muchos lo que iba y venía entre la moza y el dios simboliza la relación que se trenza y destraba entre Nación y Estado.
Nación mujer, tierra madre a la cual nos unen lazos de amor y hasta, a veces, de odio cuajados de ancestrales emociones. «Soberbia madre… de seno virginal» para Bernardo López, «madrastra… miserable, y aún bella entre las tumbas grises» para Cernuda. Masculino Estado, «¡vaterland!» al que debemos servicios, obediencia e impuestos. Una regodeándose en la tradición, impulsando eficacia el otro.
Estado plantado frente a nosotros, erguido en su inmovilidad. De su raíz latina «status» brotaron otros retoños: establo («stabulum»: lugar donde los animales permanecen inmovilizados), estatua («statua»: imagen de un ser humano de pie), estatuto, estatura, estación, establecer. Mientras que nación conlleva la idea de naturaleza de procreación, de familia.
Agarrotado por su torpeza el toro Júpiter hace antesala, pintándoselo todo de negros colores. Pero la inocente damisela, ante la timidez del cornúpeta de juguete,
se aproxima al fin
y de flores le cubre el hocico
Sin aspavientos ni ostentación madre patria y patria a secas aparecieron, palmo a palmo, en el siglo XVI, pero hubo que esperar las convulsiones de finales del XVIII para que se diera denominación a la «nación» que hasta entonces había existido, tan pancha, sin nombre de pila ni apodo. Y sin mayores prisas Balzac esperó el año en que naciera mi bisabuela Beatriz (1847) para forjar la palabra «nacionalismo».
Por encima de terruños, parcelas, provincias y comunidades, pero por debajo del universo, nació el Estado para pesar de libertarios y anarquistas. En 1492, treinta años antes de que Juan Sebastián Elcano concluyera la primera vuelta al mundo, se fabricó en Nüremberg un artilugio que representaba La Tierra: ¡nada menos que un globo!
Movidos por enternecedoras querencias los terráqueos cuando nos aglutinamos, hoy como ayer, en Estados, nos achatamos de tal manera que nos damos a la uniformización, a la homogeneización, a la mundialización y otros barbarismos que sabrá disculparme el indulgente lector. Costumbres, comidas, viajes, idiosincrasias, por mor de universalismos de pacotilla se van pulverizando en molinos de estado. Pero al mismo tiempo el planeta se fragmenta, troceándose a partir de fracturas nacionales, como si por los siglos de los siglos la niña de ojos grandes sedujera a la deidad del Olimpo transfigurada en toro.
Este valle de absurdas carcajadas y lágrimas de sangre en que vivimos es un callejón de peatones, pistoleros, místicos, correveidiles, tenderos de baratillo y peregrinos. Contagiamos durante nuestros gambeos conquistadores a autóctonos con tuberculosis y sarampión, y nos infectamos con sífilis indígena, mientras dábamos uvas, ovejas y aceitunas por tomates, patatas o tabaco. Las gallinas malvolaron desde sus prístinos corrales de la India hasta nuestros gallineros aún vacíos, como el albaricoque chino o la cereza de orillas del Caspio alcanzó nuestros huertos y vergeles.
Unas semanas ha el más ex rojo de los «brigadistas», don Renato (el que nació dos veces) Curzio, salió a la calle tras dos decenios de cárcel. Pasmó al «neoecologista» comprobar que los romanos, los aborígenes («ab»: a partir de, «origo»: origen… los que allí están desde el origen) habían sido difuminados por los foráneos.
Desconcertante Nación que no se deja encerrar en una imagen, un discurso o un mito y que provoca el piropo unamuniano («En torno al clasicismo») o el «Idearium» de Ganivet con la misma naturalidad con que asusta al más occidental de los vertebrados, al mismísimo Ortega. Atemorizado Estado armado de leyes, espadas y fronteras… para hacer frente.
Emocionado por las flores que la bella le ha posado en sus morros el torito timorato se baña en agua de rosas:
Para el que ama, ¡qué felicidad!
y acechando el esperado gozo
le besa las manos
y con pena deja para más tarde el resto
No nos dice Ovidio lo que será ese «resto» pero Júpiter lo adivina como dios que es:
Le vemos saltarín,
retozando en la verde hierba,
tumbándose sobre su lomo de nieve
en la dorada arena.
Acallado su temor ofrece su pechera
a su virginal caricia
y sus cuernos a las guirnaldas de flores
Para abolir las Naciones Caracalla dio la ciudadanía romana a todos los habitantes de su imperio. No sabía el primer partero del Estado mundial que todos los imperios, desde el otomano al soviético, desde el inglés al austro-húngaro, iban a explosionar y disgregarse en Naciones en el trajín de los siglos. Y, sin embargo, cuando el capricho o el absurdo de los colonizadores trazó fronteras administrativas, estas estrambóticas divisiones territoriales constituirían las fronteras africanas y americanas del día de la independencia.
En el seno de cada Nación cada individuo cumple su misión colectiva: bajo la chapa del Estado cada uno somos una unidad de carne y hueso, de palabra y melancolía, de discurso y esperanza, intentando descifrar el enigma del presente con las hipótesis más audaces.
Júpiter, atónito, observa el atrevimiento virginal de la primorosa:
La joven princesa la osadía tuvo,
ignorando sobre quién su cuerpo se posaba,
de en la espalda del toro asentarse
El tímido señor seducido se iba a convertir, en aras de la leyenda, en el raptor de la hermosa emprendedora. Cargado de tan fulera fábula y tan deliciosa damisela el toro se fue entre las flores:
Y la brisa de un soplo hizo flotar,
bulliciosa, los pliegues de la falda
…pues la verdad sólo aparece desnuda.