Arrabal Fernando

GENIOS, INGENIOS E INGENUOS

FERNANDO ARRABAL
27 DE FEBRERO DE 1999

Version espagnole

LA obesa sexagenaria en traje de baño estaba apoyada en el borde de la piscina. Súbitamente su mano se elevó deliciosamente ligera, con la gracia de un ademán encantador (…«ahogado en el “no-encanto” de su cuerpo cómicamente conmovedor» dijo Kundera). Hasta lo más banal o nimio puede encerrar ¡tanto encanto y genio!

Sí, ¡existe el genio! el genio de tocar la ocarina o de dibujar en la oficina, el genio de lavar ropa o de cardar estopa.

Sí, ¡existe el genio! porque lo genial es únicamente y nada menos que la disposición para hacer «algo». Por eso existe el genio de fabricar una silla o de ir a la trilla, el genio de estornudar o de levitar.

Sí, ¡existe el genio! el genio de saberlo todo como el ingenioso y el genio del ingenuo que sólo sabe que nada sabe.

Sí, ¡existe el genio, y tan difícil! de la ingeniería como el del ingenioso y el genio ¡tan fácil! de la inocencia como el del ingenuo.

La idea de genio, como las de nacimiento, familia o procreación, deriva de las raíces latinas nasci (gna-sci), natus (gna-tus), gen (gna, ger, na). Idea que se enrama con las de género (pueblo, familia, raza) generación, general, generoso (de buena raza), genérico, genes, regenerarse, genital (para la procreación), progenitura, indígena (ind:en), gentil, genética, etc.

El genio (genius) aparecía el día del (g)nacimiento. Todos los romanos disponían de un ángel de la guardia o un demonio. Presidía el destino de cada uno. Aquel genio del bien o del mal, ingenuamente o ingeniosamente, designaba lo que caracterizaba a una persona.

El genio era un ser sobrenatural de origen divino, que acompañaba durante la vida entera a todos los humanos. Por eso se le ofrecía un sacrificio. El mes de diciembre era el favorito de este bautismo a causa del banquete de las saturnales. Cuando el genio era malo era un demonio tentador como el de Bruto. Se le apareció en Macedonia, ¡con hipo! la víspera de la batalla de Filipo, para mayor estereotipo.

Como la palabra genio, el vocablo ingenuo también es de origen latino. Se aplicaba al que nacía libre (ni esclavo, ni liberto). Al que por su condición podía ser sincero e inocente. Mientras que las Gracias latinas casi desnudas regalaban con sus danzas… ¡ingénitas e ingenuas!

Esta acepción inspiró a Molière la creación de la ingenua. Dama joven (la primera fue Agnés) que desempeñaba el papel de doncella llena de buenos sentimientos, sincera y candorosa. ¡Y hasta  algo celosa! De ella surgió el ingenuo voltairiano que dice inocentemente lo que piensa y hace lo que viene en gana ¡incluso desganado!

De la misma raíz que genium brotó ingenium: valía por malicia, procedimiento o instrumento. El ingenioso era el individuo capaz de discurrir o inventar con astucia o habilidad. Al conocer que Andrómaca burló «la ingeniosidad de Ulises», el poeta comentó «¡y luego dicen que el amor le vuelve a uno ingenioso!».

El ingenium como el genium, dando vueltas y tumbos, llegó a ser en el siglo XVII el «ingenio de la corte»… ¡el dramaturgo anónimo! Cervantes pintó la figura de su andante con Rocinante bajo el rótulo de Ingenioso (en el sentido que le daba su contemporáneo navarro Juan Huarte,«extravagante»). Hidalgo (hijo-de-algo-de-poca-monta: y muchas veces cristiano nuevo) Don (ironía tras lo que precede y sigue; entonces era título reservado al caballero o al noble) Quijote (parte de la armadura que cubre el muslo) Mancha (referida quizá a la «mancha» del converso sospechoso). Más adelante llegará a llamarse «ingenio de azúcar» al conjunto de aparatos para exprimir la caña o la finca del cañamelar ¡o del cañaveral!

El genio comenzó siendo una disposición del ánimo para el bien o para el mal. Covarrubias a principios del XVII lo definió como «influencia de los planetas que nos inclinan a hazer esto o aquello». En mi infancia los que aún no conocían el significado «glorioso» de la palabra, y que temían que yo imitara a mi padre, comentaron: «tiene todo su genio dedicado al mal», es decir, toda «su disposición».

Y es que la significación actual de genio nació hace muy poco. Todavía podemos hojear diccionarios que la silencian. En el siglo XVII apareció por vez primera en Francia. En el resto del mundo mucho más tarde se empezó a hacer referencia al talento superior o a la aptitud natural del genio. Según Hugo, don Víctor, es «un rayo de la inmensidad que resplandece de forma sobrehumana» ¡o sobresaltada!

Hoy se considera al genio como al individuo que tiene una cualidad innata que le eleva por encima de la normalidad. Por eso realiza empresas admirables. Se ha dicho «que no se puede explicar ni por clima ni por gobierno» mientras que Madame de Staël aseguró que «el genio inspira la necesidad de gloria».

Este siglo ha conocido, entre otros, un genio ejemplar, Wittgenstein. Un filósofo que pasó alternativamente de ingenioso a ingenuo y genio. ¡Y sin convenio! Fue ingeniero aeronáutico, ingenuo jardinero, y lógico genial; el hombre más rico del mundo (a la muerte de su padre) y un aspirante a monje mendicante, estalinista y místico, «reclutador» de topos y «enceldado» en una cabaña aislada de Noruega, catedrático de filosofía en Cambridge y maestro de escuela de pueblo, arquitecto de vanguardia y soldado de retaguardia, para terminar su vida profesional como limpiaorinales en un hospital de Manchester.

En genialidad como en amor todo es posible. «Ama y haz lo que quieras» recomendó, antes que dadaístas, surrealistas, (¡o revistas!), San Agustín. Porque el genio ¡inconcebible e inexplicable! inspira la indeterminación cuántica, la ambigüedad cervantina, el caos pirandeliano, la confusión pánico-científica y el hipotético prión de las vacas locas.

El ingenioso no puede alcanzar la genialidad ni ¡con mil esfuerzos! Pero el ingenuo (es ¡tan inocente!) que sin quererlo se puede convertir en genio. La ingenuidad es el grado más alto de la genialidad, como la bondad es el grado más alto de la inteligencia. El genio es, pues, una larga impaciencia que cristaliza con el enriquecimiento de lo ingenioso y sobre todo de lo ingenuo que lleva muy dentro. El genio intenta ser normal y corriente ¡sin conseguirlo nunca!

Voltaire atribuyó la genialidad a «un don de los dioses». En verdad el genio es un humano tan ingenuo que sueña con ser Dios ¡y a menudo lo consigue!