Arrabal Fernando

INOCENTES Y FARSANTES

FERNANDO ARRABAL
28 DE DICIEMBRE DE 1997

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«LAS fuerzas de la ONU acaban de liberar a los animales de las casas de fieras». Un guasón de mi colegio me coló esta inocentada hoy hace más de medio siglo. (Años después las «casas de fieras» ascendieron a «zoos», sin que la promoción haya cambiado el trato ni la trata de las panteras en sus perreras). Rousseau cayó también en el lazo de un compañero: «En toda Polonia únicamente viven capuchinos y cochinos».

En el siglo III otro guasón invitó a cenar a un amigo tuerto. Y, al mismo tiempo, a otros once comensales también tuertos. Contemplando el engorro y disgusto de sus doce inocentes el farsante Heliogábalo se tronchó de risa. Tanto que repitió la tomadura de pelo con cojos, gotosos, sordos… e incluso calvos.

En vista del éxito de sus chungas y chufas el jovencísimo emperador transformó cada día en un renovado 28 de diciembre. Al que feliz recibía la noticia de que le había tocado el gordo Heliogábalo podía darle en vez de las diez piezas de oro del premio… diez moscas, o diez osos, o diez perros muertos. El emperador, sus lacayos y sus loquillos se partían de risa. También gastó otra broma (¡y un retruécano!) a los peruanos con perros muertos «Sendero Luminoso»: una mañana apareció otro en las calles de Lima formado por los chuchos de la capital, ahorcados en las farolas.

Algunas veces las inocentadas de Heliogábalo sorprendían gratamente a las víctimas: en los platos de guisantes introducía pepitas de oro, en los de arroz perlas, o en los de lentejas piedras preciosas. No hay que olvidar que el emperador creía que el precio de un manjar «excita el apetito». Lo cual hoy en el mundo del arte es norma: el precio de un cuadro es su plusvalía cultural.

Otro farsante macabro fue su colega Calígula: «¿Por qué se ríe a carcajadas, majestad?». «Estoy pensando, senador, que me bastaría -respondió el emperador sin cesar de reír- con mover un dedo para que el verdugo te cortara la cabeza».

Para Flaubert la mayor inocentada consiste en… hablar de amores desvanecidos… de la tumba de su padre… tomar un aire penetrado delante del Océano… o delirar de emoción viendo a un niño. Todo esto, dice, es propio de farsantes o «de saltimbanquis al cubo que brincan desde el trampolín de su propio corazón en busca de algo». Para Balzac el modelo de farsante es el hombre político dispuesto a indignarse contra esto o aquello. «Y al que todo le importa un pepino».

A comienzos de siglo surgió de la jerigonza de la Escuela Normal Superior de París la palabra «canular» con su uso y su abuso. Un grupo de matemáticos de la escuela (Diéudonné, Carian, Weill, Delasarte y Chevalley) tramó una célebre mistificación. Se sacaron de la manga a un autor policéfalo para codificar el lenguaje matemático con la ayuda de la teoría de conjuntos y le bautizaron nada menos que «N. Bourbaki». Algo así como si los poetas postistas de los años 50 se hubieran dado por nombre, por puro pitorreo, «grupo Millán Astray». Nicolás Bourbaki fue un general francés, feo, católico, sentimental, tradicionalista, colonialista y comandante de la Guardia Imperial durante la guerra franco-alemana de 1870 y que, por si fuera poco, trató de suicidarse tras la derrota de Lisaine. Era el personaje ideal por antípodo y antipático para el «canular» de aquel grupo de jóvenes progresistas, pacifistas, internacionalistas, anticolonialistas, guapos, ateos y flemáticos.

Por aquellos años una inocentada de Marinetti escandalizó a los italianos (incluido el Papa): pidió una revolución alimentaria futurista para que Italia «dejara de ser antigua y de comer spaghettis». Gracias a ello el italiano ya no sería «cúbico, masivo, aplomado, opaco y ciego». Quería, además, que los platos se asesonaran (¡y hasta se asesoraran!) con cachos de alambrada, agua de colonia, cigarros encendidos, etcétera. Para que la cocina, al fin futurista, estuviera «apta para las grandes velocidades… como la del hidroavión». Años después Sartre sintió vergüenza ajena cuando, víctima de una inocentada, la ba. ¡La caraba!

Hace unos años en la novela de Kundera «La broma» le gastaron al autor la siniestra de «mejorar» su texto. El «adaptador» francés, nunca mejor llamado, la interpretó a su antojo. Donde el novelista escribió, por ejemplo, «el cielo está azul» el traduttore-traditore embelleció la frase con una metáfora: «El cielo pervinca/octubre se alza sobre pavés fastuoso»; «Lucie perdonó» se convirtió en «Lucie regaló limosnas de perdón»; «Helena saltaba de dicha» en Helena danzaba el aquelarre del diablo» o «nuestra historia tan nuestra» en «la trama objetival que tejimos concertados».

Los poderosos (por ejemplo la televisión) apañan las inocentadas y otras farsas para que sean graciosas, grasosas y exitosas. Heliogábalo invitaba a banquetes (¡de bancarrota!) itinerantes: entremeses en su palacio, platos en diferentes mansiones y postres en sus quintas de retiro. O bien a almuerzos azul marino, desde el zapato hasta la codorniz asada, desde el mantel hasta el vino. Y cuando se sentía melancólico mandaba recoger todas las telarañas de Roma: tres toneladas. «¡Qué grande soy!»

Y cuán grande es la televiUSA que aprovecha el viaje a Europa de una familia americana para arrancar de cuajo su casa de tres pisos, la piscina y los cimientos. Y que luego filma, a escondidas, la angustia de la familia a su vuelta buscando en el césped virgen su hogar desaparecido.

Los evangelios contaron la primera inocentada (¿por partida doble?): «Cuando Heredes vio que los Magos se habían “burlado” de él se irritó mucho e hizo matar a todos los niños de menos de dos años de Belén y su comarca». ¿Quiso escribir el borrador del «Burlador burlado»? La leyenda cuenta que un grupo de sacristanes inventó la inocentada moderna… en la Edad Media. Introdujo el corro en el coro de la catedral a una burra cazurra y delante de ella cantó la famosa «prosa del asno».

¡Si por lo menos el farsante fuera un diablo que nos embaucara con sus encantos! La inocentada es farsa vergonzante de poderosos, listos o listillos. Inocentes, pobres y tontos, sorprendidos de buena fe, recitan la prosa del asno». La inocentada es un atraco con ventaja del que sabe contra el que no sabe. ¿Para qué añadir aún más farsa al gran Teatro del Mundo? La vida ¿no es ya una inocentada en sí que todos padecemos?

Bienaventurados los inocentes porque de ellos es…