¡CUANTA irritación (¿irracional?) acaba de provocar en París y Nueva York la apología, por un escritor, de la clonación de seres humanos!
El poeta Michel Houellebecq defiende este original Grial en su novela, «Las partículas elementales». Con qué prontitud ha propugnado la programación clónica del mejor-de-los-mundos. La humanidad, consumidos el egoísmo y la crueldad, renacería impregnada de bondad, altruismo y amor. Con la lindante plenitud del embeleso.
¡Qué delirios! Tirios y troyanos le embisten. «Houellebecq no es solamente un escritor que dice cosas asquerosas sino que las dice asquerosamente».
El novel novelista responde sereno y sensato: «Nuestra especie podría ser transformada por otra inmortal, emparentada con ella y reproducible por clonación». Verdad y belleza seguirían siendo las metas y mitos del arte y la ciencia, pero sin el aguijón de la vanidad o la urgencia. Canta poeta, canta el himno a la sabiduría.
Compartir unas horas con Houellebecq es divertido y enriquecedor. La conversación se prolonga, salpicada y salpimentada con risas alborozadas.
Y, sin embargo, se le acusa de acaudillar (o sargentear) a la más siniestra pandilla: «Tras el romanticismo, el naturalismo, el existencialismo… llega el ¡“depresionismo”»!.
El triunfo comercial y repentino de su repudiada novela no le ha cambiado. ¡Cuántas veces he asistido a esta peripecia imprevisible! Aún recuerdo a mi amigo pintor ignorado. Pero de un día para otro René se transformó en «Magritte» como hoy Michel en «Houellebecq». Vela el destino sobre el leal y quebradizo encanto de ser desconocido.
Se le ha tachado de «desilusionado al que sólo le inspiran derrotas y desgracias».
Mas él persevera (persuasorio) jurando que «el amor une para siempre». Como si el amante oyera la llamada de su amada por encima de montañas y océanos. Sus personajes quisieran restaurar este verdadero amor gracias a la biología molecular. El gozo de lo más frágil colma la penumbra vacía de la vida.
A pesar de ello los comentadores le vituperan: «Houellebecq elige la oscuridad de las conspiraciones contra sí mismo».
Buda también reflexionó sobre los tres impedimentos (¡tan impelentes!): la vejez, la enfermedad y la muerte. «El Honrado del Mundo no hubiera rechazado la solución de dar nacimiento por clonación a una nueva especie inmortal».
Los críticos y los cínicos le recriminan su «odio al mundo sin tratar de transformarlo».
Sin embargo Houellebecq no puede imaginar una sociedad viable sin el eje federador de una religión. Sueña con un gobierno mundial anclado en la bondad y la fraternidad. No nace el precursor para las pompas (¡y las trompas!) sino el halagador.
Muchos se han rasgado las vestiduras ante sus incorregibles e incorrectas proposiciones. Pero el poeta sabe que quien dice lo que piensa provoca efectos devastadores entre los engarbullados por ideologías fósiles pero aún fómites.
«Anuncia una nueva edad sin memoria, sincopada -dice otro de sus denunciantes- tan alejada de Mozart como puede estarlo la música “tecno”».
«Se conocerán sensaciones nuevas gracias a la biología (¡y sin orgías!) asegura el poeta. Los corpúsculos de Krause del clítoris y del pene se extenderían a toda la superficie de la piel. Pasto serían de la hoguera allí donde brotara el gozo.
Otro fiscal pretende que Houellebecq «sólo describe lo sórdido con estilo “destroy”».
Todos los individuos en su mejor-de-los-mundos tendrían el mismo código genético. Pero los verdaderos gemelos desarrollan, gracias a su historia individual, y a pesar de tener patrimonios genéticos rigurosamente idénticos, personalidades propias. Cada uno y todos somos ineludiblemente precisos en el punto de portento.
Otro incriminador asegura que a Houellebecq «sólo le interesan la locura, la droga; el suicidio, la impotencia y algunas perversiones sexuales».
«La mutación no será mental -repite el poeta- sino genética». Nuestra sociedad, azotada por la soledad, la amargura, la indiferecía o la crueldad, organizará su propia sustitución. Sólo se insurgirán fundamentalistas (o camorristas) pero «el resto de la humanidad se resignará con un secreto alivio a su propia desaparición». El espanto de los hombres será anegado por el altruismo.
Se atribuye al poeta «un minimalismo que oscila entre el supermercado e Internet».
Los hombres juegan al tenis o al parchís para «vencer al otro» o provocan revoluciones y guerras «para acelerar el curso de la historia». «Las mujeres son mejores que los hombres -repite el poeta-. Más razonables, buenas y trabajadoras». Se sienten caricias y besos, donde se chocan olas con poesía.
No obstante se le acusa de «pensar que todos los seres humanos son malos, crueles y cínicos».
Observa el poeta que las mutaciones metafísicas no atacan a las sociedades decapitadas o decadentes. Cuando el cristianismo. apareció el Imperio romano brillaba en el cénit de su potencia técnica y militar. Y se derrumbó. como mañana se hundirá nuestra «poderosa» civilización. Con los pies extenuados por síntesis y virtualidades.
Se culpa a Houellebecq de «negar al hombre».
Sin embargo él cree que la especie humana ha fomentado explosiones de violencia inauditas pero sin cesar de creer en la bondad y en el amor. Su novela concluye con un homenaje: «Este libro está dedicado al hombre». Como si lo buscara y lo amara brincando por encima de indiferencias y crueldades.
Sus querellantes, a pesar de ello, afirman que «propone un universo deprimente, nauseabundo y malsano».
«Una sociedad -advierte- regida por los principios de la moral, duraría tanto como el universo». Y a pesar de ello se le procesa como «golfo» y se anuncia que los éxitos de sus discípulos se llamarán un día: «Crève pute de mes deux» o «Fuck you!».
«Los neokantianos -confía Houellebecq- defenderán mis ideas» cuando concluya el reflujo (y el embrujo) del pensamiento nietszchiano.
Le digo: «A René Thom, Hawking, Prigogine, Trinh Xuan Thuan, o a los filósofos, artistas y científicos de hoy ¿qué les pediríamos?». Me responde: «Que nos fijen las condiciones de una ontología posible».
Lanzarote del Lago, como el novelista, también trató de encontrar el Grial: la panacea que hubiera permitido la regeneración (¡y la salvación!) en tiempos de los caballeros de la Mesa Redonda. Houellebecq (como por casualidad) publicará el próximo año un libro de fotos de la isla… ¡de Lanzarote!