Arrabal Fernando

LA INVERSIÓN, ANDY WARHOL Y EL GRECO

FERNANDO ARRABAL
8 DE SEPTIEMBRE DE 1990

Version espagnole

EN 1881 el director del Prado se queja «de no poder arrojar del museo los cuadros del Greco», que califica de «caricaturas absurdas», y Francisco Mateos Gago lamenta que el pintor no se quedara en Grecia, «maldita la falta que hacen aquí sus extravagancias». Sus cuadros, «arrinconados en los sótanos» del Prado, son catalogados hasta el siglo XX como «venecianos». «La Anunciación» ni siquiera encuentra refugio en el subsuelo de la pinacoteca madrileña, de donde es echada con cajas destempladas.

Durante trescientos años el silencio o el encono acogieron la obra del, a mi juicio, mejor pintor que pariera madre.

Este verano, contemplando con detenimiento su obra en España y Nueva York, y recobrando una frase de Andy Warhol, he creído adivinar la causa de la rabia o la inquina que despertaron sus cuadros. El Greco cambia el sentido de las relaciones humanas, altera el orden racional del mundo, trueca los papeles, pone el universo cabeza abajo y vuelve del revés nuestras ideas, creencias y certidumbres. Es el creador de la inversión en el arte. He aquí siete ejemplos entre mil:

Junto a un legionario tebano decapitado el pintor coloca a un joven desnudo, despatarrado y con las manos en la espalda para mejor ofrecerse. En el regazo de éste recuesta su cabeza un barbudo que le besa, o lame el pubis. La inmolación del supliciado y el orgasmo del superviviente invierten sus significados. «Martirio de San Mauricio». El Escorial.

En el paisaje de Toledo el Greco invierte la topografía para ajustarla a su concepto. Entre el puente de Alcántara y el Alcázar el pintor planta la catedral, que en realidad está a la derecha, al oeste, del Alcázar. «Vista de Toledo». Nueva York.

San Jerónimo medio desnudo agarra con su mano derecha un grueso embutido de su carne cuya extremidad emerge a la altura del esternón. El eremita invierte su éxtasis en onanismo. «San Jerónimo penitente» El Prado.

Alterando el objeto de su culto los pastores se prosternan ante un gigantesco falo mal camuflado en hocico de vaca. «La adoración de los pastores». El Prado.

Sobre San Romualdo y San Benito se halla a modo de nube el plano de la primera comunidad de su Orden monástica con las celdas individuales de los monjes alineadas. El Greco invierte el sentido y la imagen se transforma en un candelabro talmúdico de siete brazos. «Alegoría de la Orden de los Camaldulenses». Valencia.

San Esteban invierte el orden temporal: en su capa figura pintada la escena de su propia lapidación. Sacrificio que se transforma en función sofisticada: tres bellos atletas desnudos izan piedras con estudiada afectación, mientras que un cuarto, también en cueros, contempla el trasero de su vecino cabeza abajo. «Entierro del conde Orgaz». Toledo.

Un nazareno desnudo y patas arriba trueca el pasmo místico por el deleite carnal. El pie de otro nazareno saltarín se cuela entre sus nalgas con el sistema llamado en Nueva York «feet-fucking». «La Resurrección». El Prado.

La rehabilitación del Greco sólo podía llegar a través de los movimientos vanguardistas, que reivindicaban el derecho a invertir los valores de la sociedad.

A partir de 1840 los «románticos», Delacroix, Baudelaire, Gautier, se apasionan por «el loco genial de Toledo» y se sirven de él como precursor para desmoronar las bases del mundo ramplón que les rodea.

En 1894, como ceremonia de desagravio, los «modernistas» con Rusiñol a su cabeza, trasladan triunfalmente varios grecos sobre varas portadas, entre estandartes, a la caza de Cau Ferrat de Sitges. Proclaman que el Greco «es el modernista de su tiempo». Zuloaga será el panegirista más apasionado. En Montparnasse se privaba de comer para continuar su proselitismo. Conquistó a su causa a Rilke, Jordá, Uranga… y el Salón de Otoño de París.

La generación del 98 hace de la admiración por el Greco una religión… hasta 1903. La visita a Toledo «será capital en el desenvolvimiento de la escuela». Baroja, Galdós y Unamuno se entusiasman por él. A Azorín le hace «llorar de admiración» y pide en 1902 una sala para el Greco en el Prado. Para ellos es el punto de la esencia. Con el Greco invierten el realismo idealista de España en naturalismo espiritualista.

La Institución Libre de Enseñanza, con el Greco, invierte el pasado cultural español introduciendo a los desdeñados frente a los consagrados, y al tiempo proclama su fe en la educación. Giner honra a menudo al pintor de Toledo, y Cossío escribirá un portentoso libro sobre él.

Desde entonces la polémica no cesa en tomo al pintor de Toledo. Si Maurice Barres tiembla de arrobo ante la santa locura de su pintor preferido, Ortega y Gasset, reticente, define su «Pentecostés» como un «ataque de nervios» en la cima «frenética del espasmo». Pero se diría que sus detractores analizan al fin las razones de su enfado. Leemos con regalo estas reflexiones: Aldous Huxley escribió que «todo ha sido transformado por el Greco en mucosidades, peritoneos… Como una resurrección del tubo digestivo». A Claudel le exaspera «el purgatorio desencadenado»… La mujer «no juega ningún papel en estas exhibiciones atléticas». Cocteau, furioso, arremete contra el Greco, «que no es un pintor, sino un geómetra erótico». «”El martirio de San Mauricio” es un macizo de vergas en erección. En su día fue un cuadro escandaloso, y también lo es hoy».

El 8 de marzo de 1982, tal y como figura en el libro de Makos, conversé con Andy Warhol en París. Me habló con tanta pasión del Greco… Quizá como la que manifestaba Zuloaga un siglo antes, cuando proclamaba en París: «El Greco es el dios de la pintura». Le pregunté a Andy Warhol la causa de tan alta admiración, y me dijo: «Él hizo siglos antes lo que yo intento hoy: invertir las relaciones del hombre con el arte».