Arrabal Fernando

LA SORPRENDENTE CORRESPONDENCIA DALÍ-PICASSO

FERNANDO ARRABAL
1 DE JULIO DE 2006

Version espagnole

… Dalí, sistemáticamente, se sirve de tarjetas bordadas con hilos abigarrados. Los personajes siempre típicamente españoles se suceden… sin tranvías…

 

EL 19 de agosto de 1936, un mes después del inicio de la guerra civil, Dalí escribe su mensaje más espeluznante a su «querido Picasso»: «Un amigo mío ha visto la otra tarde en Barcelona a “monsieur Antoni Gaudi” [fallecido a la sazón (murió —atropellado por un tranvía— en 1926)] atravesar la vía Laietana (escribe Logetane), le arrastraron con una cuerda al cuello; tenía muy mala cara. Lo que era natural en su estado. Estaba bastante bien [VIEN] conservado y embalsamado. Lo acababan de desenterrar. Un fenomenal sangre y fuego español…». Quince años después casi con las mismas palabras describirá la escena al novelista de los cálices vivos Michel Déon. Y se la dictará, para «La vida secreta de Dalí», con la emoción tendida a cordel.

El episodio nacional espantó al malagueño. Aunque menos que al propio Dalí. «Sería una interpretación estúpida imaginar que mi carta era ligera o frívola». Su misiva concluye afirmando que los incendiarios sabían dónde se encontraba «le pot de la bonne confiture»: la esencia misma de lo mejor. Fue precisamente el ampurdanés quien primero anunció a los surrealistas el genio de Gaudí. Antes que nadie, Dalí [«Minotaure» (número 3 —1933—)] ensalzó la realidad «terrible y comestible» de su admirado genio. Abrió el candado de los mil y un paraísos.

 

 

Sin embargo, George Orwell pretendió que «la Sagrada Familia es uno de los edificios más horrorosos del mundo». Como testigo sin sahumerios cuenta el incendio de la cripta y la profanación de la tumba de Gaudí. Afirma que los antifascistas, luego de quemar los planos del arquitecto, estuvieron a punto de dinamitar la catedral entera. Por fortuna «los incendiarios desistieron —prosigue Orwell— al darse cuenta, al final, de que lo más alto del monumento era una buena posición para sus francotiradores».

Hasta finales de la guerra mundial Dalí, cuando alcanzaba los laberintos y pozos negros de la política, se situaba cerca de las posiciones comunistas de André Breton y los surrealistas. Contrariamente a Picasso. No obstante, 39 días después de la liberación de París (25 de agosto de 1944) Picasso sorprendió alistándose en la legión y filas del partido «más sectario del mundo»: el estalinista francés. [«Memorias» de sus contemporáneos (desde las de Cocteau hasta las de Casanova —gran resistente—)]. Y en dicho partido militará, con la luna ya menguante pero sin indisciplina, hasta su muerte.

Cuando, a partir de 1930, Dalí se convierte en uno de los pilares del surrealismo, el grupo, más que un movimiento artístico forma un partido comunista. Precisamente trotskista, con sus sapos y sus culebras y sus ídolos en el despeñaperros. Y continuará siéndolo, aunque ya con poquísima actividad política, incluso durante los tres años en que Jodorowsky y yo de 1960 a 1963 participamos en sus reuniones… haciendo novillos a los pies de la poesía.

En 1920 el adolescente Dalí, en sus escritos privados chisporroteantes de ingenuidad, hará un constante elogio del marxismo: «La victoria de los bolcheviques me causa un entusiasmo loco»; «entran ganas de poner bombas en el parlamento»; «la dictadura obrera va a abatir como un huracán la ignominiosa monarquía como ha profetizado Trotsky»; «antes que la democracia, la tiranía proletari». Etc.

 

La correspondencia entre Dalí y Picasso, aunque escrita casi toda en francés, predomina gráficamente en temas típicamente españoles con «bailaoras», corridas y tonadilleras. Es la

prueba de su concepto.

El 7 de septiembre de 1932 Picasso recibe de Dalí su primera corrida de cartulina. En la tarjeta figuran las mulillas en la plaza abarrotada de Barcelona. A partir de entonces hasta el último envío de 1964, Dalí, sistemáticamente, se sirve de tarjetas bordadas con hilos abigarrados. Los personajes siempre típicamente españoles se suceden… sin tranvías:

Una castiza, con el hombro al aire, se adorna con una mantilla negra y tres claveles reventones. El diestro de Santa Coloma de Gramanet, Joaquín Bernadó, con traje bordado de hilo dorado, remata una manoletina como si se la brindara a su amada gitana María Albaicín. Julio Aparicio, de verde y oro, parece seducido por la bella gitana La Malena. Sobre el rótulo «Córdoba», una guapísima baila vestida con falda de oro y chaquetilla roja. Bajo un par de castañuelas una sevillana («Andalucía») lleva una falda con volantes de oro. En una «invitación cubista» de Figueras figuran una guitarra y un vaso de manzanilla. Y no falta ni el farol rodilla en tierra ni la verónica en la constelación de raíces.

En siete ocasiones Dalí, en sus mensajes [escritos casi siempre en francés (algunas veces en español)], estampa la frase en catalán: «Per el juliol ni dona ni cargol». En dos de ellos aparece una joven: «Nini le besa la oreja» y «¡A mi el cap de most me la mama! NiNi PitXoTT». Me pregunto si «Nini» está relacionada con el pintor Pitchot que con tanto talento mantiene incandescente la memoria de Dalí. La nota menos breve en catalán dice: «Agafo l’ordinari/ mem voig a Cadaques/ men voig a Cadaques a casa en Laris/ m’en voig a Cadaques a d’A pel ses -el seno Deulofeu/ me cagum Deu!». En octubre del 38 confirma la evacuación de corrido: «Macagumdeu». En una ocasión Dalí envía «un peto» a Picasso y en otra un «peto a la golda». En español le «vessa» a menudo, incluso «en la megilla».

Dalí y Picasso se hablaron de usted y siempre con cariño. [«On vous aime boucoub» (les queremos “b”ucho)]. Le tutea por escrito una sola vez:

«Asnos saber cuando llegas a Perpignan, otro vesso». Pero en sus dos telegramas abandonó el usted: «Tu genio anarquista como patrimonio inalienable…». Y en el último, al alimón con Luís Miguel Dominguín, «recibe un fuerte abrazo desde Port Lligat».

 

La correspondencia muestra el grado de intimidad de la pareja Dalí con los Picasso. Fusión que acrecentará el pago de los caros pasajes ultramarinos por el malagueño. Desde el trasatlántico que les conduce a Nueva York, Gala, conmovida por el altruismo de Picasso, le escribe:

«Un verdadero ¡gracias! afectuosamente a ustedes dos de su Gala». En 1938 le recuerda: «Me ha prometido pasar algún tiempo con nosotros dos. Venga a Turín donde podría ir a buscarle… De todo corazón con usted». En 1961: «Con todo afecto, afecto, afecto de Gala». En 1964, por última vez: «Le beso, hasta pronto. Su Gala».

Como el torpísimo aprendiz de santo (pagano) que soy, quisiera que se me disculpara por mi ignorancia de la cosa pública. De política nunca hablé por cierto con ninguno de los dos pintores. Ni tampoco lo hubiera hecho, de haberle conocido, con Gaudí.

El abogado del diablo ya se arrastra entre bastidores para solemnizar la exaltación del tarraconense. Cómo le hubiera entusiasmado a Dalí saber que oficialmente no hay «ningún obstáculo» para la candidatura a la santidad de su admiradísimo «arquitecto de Dios».