Arrabal Fernando

LAS ALMAS DE TORQUEMADA Y STALIN EN LATA

FERNANDO ARRABAL
5 DE OCTUBRE DE 1996

Version espagnole

DON Mihály Dés me pide que describa el «ninguneo», ese fofo anatema que, a falta de hoguera inquisitorial, se usa para hacer desaparecer las películas míticas y los libros libres. Yo definiría al «ninguneo» como la «figura humana» de la censura contemporánea que más toneladas pesa.

Franco y sus camaradas (o Brézhnev y los suyos, ¡aún peores!) no «ningurieaban» ¡prohibían! hasta los meses sin erre. ¡Así era más majo el mensaje! Por eso yo también pensé, en su día, como el tunante militante colombiano, que «lo importante para un escritor es lo que de él diga la Enciclopedia Soviética» entre col y col. Tan orgulloso se sentía el obediente dependiente sudaca (¡cubierto de caca!) de figurar como figurón en las páginas de aquel monstruo (¡de la menstruación socialista!) como el escritor libre se sentía satisfecho de que le «ninguneara» semejante «Índice» rojo (¡y pijo!) de tomo y lomo, de timo y humo.

Los censores de campo y pistola no eran «ninguneadores», sino (como se bautizaron ellos mismos) «martillos de herejes», y muy a menudo hoces. Las coces de los inquisidores «ninguneadores» de hoy son inodoras, como los inodoros.

Un modelo, entre otros, de «ninguneo» de mi obra lo practica el socio listo (¡hoy!) rector de la Filmoteca. Fue nombrado por sus camaradas en razón de su puntería con obús. (Admiremos su «continuismo» en el catecismo: durante el antiguo régimen era más azul que el añil). Sin romperse ni mancharse el filmotético caudillo impide que entren en su centro las seis películas que he dirigido, ¡yo, cineasta español! «¡Vade retro, Satanás!» Violando con ello los propios estatutos dela Filmoteca y el «alma mater» de la Chita de Tarzán. En otras épocas este inquisidor hubiera fusilado a mi padre, a Lorca… o a Muñoz Seca. ¡De la que me libré… cuando me tomaron por Mozart! ¡Qué suerte la mía!

¿«Es Arrabal» (me pregunta también don Mihály Dés) «apellido de cristiano viejo»?: No vale por «cristiano viejo» ni siquiera por «ciudadano perplejo». El refrán  dice, para escándalo del militante «ninguneador»: «¡en el arrabal anejo, ni bermejo ni azulejo!»

Creo que en tiempos de Cervantes no hubiera hecho yo, como tantos heterodoxos, un mal asado de quemadero. Por eso olvidamos de inscribir nuestras biografías en el siglo XVI cuando nos pusimos la vía láctea por corbata de lazo. ¡Y aquí estamos! tan sólo chamuscados por el fervor de «ninguneadores» peceros o romeros, tras la metempsicosis del saxofón de Agripina.

En una entrada de su Diccionario Covarrubias, hace 385 años, se muestra ecuménico-pánico con mi apellido: «Es nombre hebreo aunque se tenga por arábigo, בבר « rabab », « multiplicare », de modo que para arrabal tanto vale como gente multiplicada… que no teniendo sitio dentro de la ciudad se salen a edificar fuera». ¡Viva el «ghetto» con gatos! que es la religión de los turrones.

«¿Cómo es Ciudad Rodrigo?» me pregunta también el señor Dés. Ciudad Rodrigo, por la alquimia «caballerista» de sus murallas, como Melilla por el mágico modernismo de su arquitectura, fueron fuentes inspiradoras de la «ciudad lineal» que inventara Arturo Soria, el más revolucionario urbanista del siglo y ¡sin tarjeta de crédito! Los censores de diccionario y enciclopedia (con anclas marinas en lugar de erudición) han «ninguneado» su obra y sus obras en Madrid como el elefante el coito. Su crimen máximo fue el haber dimitido de su cargo de gobernador de Puerto Rico, pero luego no cesó de empeorar su caso: fue fundador de la escuela pitagórica, descubrió el pentatetraedro, teorizó sobre el metro, creó matemáticas revolucionarias, imaginó quiméricas visiones y comenzó a construir la «ciudad lineal» utópica, hoy explosionada por tópicas urbanizadoras. «Ningunea-doras» perfumadas con TNT. Arturo Soria soñó con una calle de 500 metros de anchura que enlazara Melilla con El Cabo o Ciudad Rodrigo con San Petersburgo. Por la parte central de la inmensa cinta correrían trenes, tranvías, bomberos, barrenderos y las canalizaciones de agua, gas y electricidad. A la espalda y a la derecha e izquierda de la cinta los ciudadanos vivirían en casas individuales con jardines mirando a un campo sin fin. Ciudad Rodrigo es «lineal» por su circularidad amurallada (pero sobre todo cuando canta «la Traviata») y verde como una naranja. Ciudad de judíos talmúdicos y de arrabalescos heterodoxos de acero inoxidable. Carne de hoguera para «ninguneadores». En el casco de la ciudad se escribieron las dos series de novelas de caballerías: una (más tuna) de machos: «los amadises», y otra (con potra) de mujeres geniales: «los palmerines». Los «ninguneadores» de editoriales las han enterrado «ad majorem « conformismie » causam». Conviene leerlas con la muda de recambio y sin hacer huelga de pis.

«¿Cómo fue en realidad» (quiere saber el director de ‘lateral’) «el episodio de los « beatniks » barbudos que querían violarle a usted, también barbudo según Ítalo Calvino?»: Esto es un «canular» de mal gusto que inventaron (hace cuarenta años) antibolcheviques primarios para tomarle el pelo al estalinista (¡entonces!) Ítalo Calvino… con el que tanto congenié años después, cuando le perseguía una fabricante de apisonadoras. No soporto esta forma de «ninguneo» submarino y calumnioso que la industria de la «cámara invisible» ha puesto de moda a modo, salvo cuando Freud lo corta como patata frita. ¿Quién, fuera del convento de «ninguneadores» comunista (o nazi), podía tragarse el infundio de que los «beatniks» iban a intentar violar a alguien, incluso si ese alguien tiene mis caderas salseras?

Si no fuera un mal chiste «ninguneador» (como el Lago de los Chismes) sería una injuria para mis amigos Pierre, Rosenthal, Ginsberg o Kerouac, con los que tan buenos ratos pasé… y no todos necesariamente en camas de helechos o lechos de flores.

Por fin quiere saber don Mihály lo que pienso de la indignación que le provoco a ciertos críticos: en verdad, los complejos de mis denostadores (¡indignados!) tienen su origen en la frustración que sintieron cuando de niños no pudieron pilotar portaaviones en los orinales de sus niñeras. A mis críticos habría que pagarles más ¡para que fueran mejores!

Conocí a uno hostilísimo, ¡ostras!, que un día se dejó convencer por un limador admirador mío encerrado en la tachuela de un gramófono. ¡Qué desastre! Y ni siquiera aprendió el solfeo, ¡aún siendo tan feo!

Envío, por correo certificado, un par de latas con las almas de Stalin y de Torquemada a los censores. ¡A ver si así pasan de «ninguneadores» de celulario a «alguienes» de celuloide! El talón de Aquiles (¡de Aquiles!) me recuerda que otro inquisidor le dijo, recientemente, al disidente en su mazmorra (del «gulag» cubano): «Te tenemos completamente « ninguneado »: eres la voz que clama en el desierto ¡gusano!» No puede imaginar este rojo verdugo cómo aprecia un espíritu superior .ser precisamente «la voz que clama en el desierto».