Arrabal Fernando

MONOS CHINOS Y AGUJEROS NEGROS

FERNANDO ARRABAL
6 DE MARZO DE 1992

Version espagnole

EL lunes 9 de diciembre, en el campo de fútbol de Maastricht, me dirigí, después del filósofo Alain Finkielkraut, a los croatas que llenaban las gradas. Habían llegado de todos los rincones de la diáspora con el anhelo de ver cómo los dirigentes de la Comunidad Europea, reunidos a unos metros de ellos, escuchaban sus súplicas. Pero la causa parecía perdida, y el desánimo era el huésped tenebroso de sus noches. A pesar de que, por referéndum, la casi unanimidad de los ciudadanos había solicitado la independencia de Croacia, el «Ejército Federal» arrasaba a sangre y fuego una parte del país y destruía, entre otras, la ciudad de Vukovar. Mientras tanto, nosotros europeos, más monos chinos que nunca, no queríamos ver ni oír, y con nuestras manitas nos tapábamos la boca.

Además de la solidaridad con las víctimas, pedí que extirpáramos al «Ejército Federal» y al «torquemada» que todos llevamos en nuestros adentros. Cité una frase que escribí en su día recordando el calvario de mi padre, condenado a muerte: «A pesar de todo, tiendo mi mano fraternal a los que, cualesquiera que sean sus ideas, viven bajo la autoridad de la verdad, la ciencia, el amor y el bien».

En aquella improvisada tribuna, en el centro del césped, me sentí, como años antes, en un calvero tailandés en la raya con Camboya. Con mis compañeros de escritos y fatigas, estábamos en aquel puesto fronterizo para pedir que cesaran los asesinatos en masa que Pol Pot imponía a su propio país. Este pobre loco sanguinario estaba ayudado entonces militar y económicamente por sus poderosos camaradas de partido en el poder, y moral y espiritualmente por muchos de los pensadores y escritores más afamados o perínclitos de nuestras tierras. Felizmente, el tiempo ha pasado y gracias a su musgo el olvido, aquellos que tacharon nuestro periplo de empresa reaccionaria se volvieron antipolpotianos. Arrancando lonchas al esplendor que defendían, acusaron al tirano (a quien espero que los dioses permitan arrepentirse un día) de todos los males, le bautizaron con gracia «el ángel exterminador» y le cargaron con el doble de los asesinatos que nosotros, en nuestra candidez, creíamos que había cometido.

Desde Sócrates y Confucio hasta hoy, toda idea u observación nueva, sensata y aguda es en un primer tiempo considerada absurda; en un segundo tiempo se admite su justeza pero se la juzga sin gran significado y, por fin, en el tercer acto de esta comedia tantas veces representada, los adversarios de ayer… reivindican el honor de haberla descubierto. Por ejemplo, cuán pocos por nuestros lares aceptaron exponer (en el doble sentido de la palabra) su firma en el texto que redacté para pedir la libertad del dramaturgo Vaclav Havel, encarcelado. Si no he olvidado a los pocos firmantes, ya no me acuerdo del nombre de ninguno de los muchos que se negaron a hacerlo. Olvido que comparte con garbo el propio presidente de la República checa, que ha recibido a algunos de los rechazadores… Por cierto, y según me dicen, trasvestidos en firmantes. Que no se hizo el indómito para el mundo, sino el dócil.

Sin olvidar el humor, me dirigí a los croatas de Maastricht hablándoles de… astrofísica, de mecánica cuántica y de microbiología. Les dije -cuando me referí a las matemáticas- que no me parecía razonable que quedáramos varados en la «Teoría de Conjuntos». Este concepto matemático emergió en aquellos años en que a su imagen y semejanza se fundó otro conjunto tan absurdo y hasta a veces tan sangriento como la Unión de los Eslavos del Sur: «Yugoeslavia». Las matemáticas de hoy me parecen más acordes con la realidad croata: la geometría fractal también analiza y describe los objetos o figuras «fracturados». «Tratar de examinar el caos de los conjuntos sólo puede nacer de una ambición sin esperanza», dice con gracejo Benoit Mandelbrot, el iniciador de esta rama de la ciencia.

Sugerí a los que me escuchaban que observaran cómo los más diminutos pedazos de las fracturas de nuestra Europa son los más cuajados de bonanzas. Ahora que rendimos culto a su majestad la economía, el PNB europeo lo lideran Monaco o Liechtestein, seguidos naturalmente por Luxemburgo, Islandia o Suiza. En Asia el ejemplo lo da Singapur, meñique, pero superdotado fragmentó de la Península de Malasia.

Los grandes conjuntos que en su día se llamaron imperios pueden ser dirigidos por temibles seres para el resto de la Humanidad, como Napoleón, Hitler o Stalin. Los pequeños Estados no tienen la fuerza de ser peligrosos ni otro deseo que el de sobrevivir entre los grandes. Para ello, zurciendo con ingenio en el telar de la tolerancia, hacen de la sutileza su arte de vivir.

Plantado entre las dos porterías del campo de fútbol, recordé a los «hinchas» de Croacia, que hasta la luz de un «sol» del espacio puede ser atraída por una fuerza de gravedad desmesurada. De tal manera que no pudiendo esta luz escapar a la atracción de ese imán ciego, no llegamos a verla: es el agujero negro. Hemos pasado años sin ver el resplandor de esos países que como Croacia habían caído en el torbellino de ese agujero negro llamado «La Unión de los Eslavos del Sur».

Cuando iba a terminar mi alocución, entraron en el césped, recién llegados de los hospitales de campaña croatas, una procesión de lisiados, mutilados y heridos arrastrando sus muletas o sus cochecitos de inválidos. Quizás el Ejército Federal sólo soñaba con una «Yugoeslavia» de mutilados que hubiera podido mantener a raya más fácilmente. Pero nosotros mismos, en ocasiones entre corolas negras, ¿no tratamos de mutilar las carreras y a veces hasta la existencia de aquellos que no comparten nuestras ideas? Mis últimas palabras fueron para expresarles mi «fe» (esa absurda corazonada que el poeta transmuta en evidencia) en que «muy pronto» celebraríamos en Zagreb la independencia. ¡Y tan pronto! A pesar de tantas reticencias e incomprensiones, el 14 de enero la capital de Croacia pudo festejar al fin su independencia con el esplendor de un Edén perdido restaurado en los bosques. A las ocho de la noche de ese día de regocijo y clemencia, durante una hora me entrevistó en la televisión nacional el historiador Ante Glibota. Este intelectual croata supo concluir nuestra charla con una frase que resumía las zozobras y anhelos que asaltaron a sus compatriotas hasta aquel día: «Durante tantos meses de bombardeos y matanzas pensamos como el héroe de su última obra de teatro: “La noche también es un Sol”».