EL «grupo pánico» acaba de recibir esta carta: «El año pasado al cumplir mis 19 años contraje matrimonio con una viuda (de 35) al tiempo que su hija (de 17) se casó con mi padre (de 39 años).
«Mi padre al contraer nupcias con mi hija se convirtió en mi yerno y mi hija política en madre política, es decir que mi nuera se transformó en mi suegra.
«Mi mujer y yo acabamos de tener un hijo: Nicolás.
«Nicolás es el hijo de la madre de la mujer de mi padre. Por lo tanto es mi tío: ya que es el hermano de mi suegra.
«Mi padre y su mujer acaban de tener también un hijo: David.
«David es al mismo tiempo mi hermano (es el hijo de mi padre) y mi nieto (es el hijo de la hija de mi mujer).
«Mi hija es, además, mi madre (es la mujer de mi padre). Pero yo soy el marido de su madre, por lo tanto su padre y el hermano de mi nieto.
«Como es sabido que el marido de la madre es el padre, yo soy el padre de mi padre, el hermano de mi hijo, mi propio abuelo, etc.
«La ley prohíbe que el padre, el hijo y el abuelo hagan el servicio militar al mismo tiempo… y sin embargo me acaban de llamar a quintas.
«No soy la única víctima de semejante desafuero. La « Asociación de Víctimas de la Confusión Familiar » se ha creado para luchar contra todas las vejaciones de que somos objeto. Y estamos dispuestos a todo para que se nos atribuyan las indemnizaciones que merecemos.
«Quisiéramos que el « grupo pánico », que tanta mano tiene en París, se solidarice con nuestra justa causa. Soy un gran admirador de su…»
El redactor de esta carta es hombre de su tiempo: solicita, por una parte, un subsidio y, por otra, se alza a la categoría de víctima.
A la indemnización que pide se la suele llamar «subvención». En Roma llamaban «espórtula» a esta gratificación y se la definía sin artificios: «dones o presentes que los grandes (senadores, cónsules, emperadores), distribuían « diariamente » a sus clientes para que votaran por ellos o les aplaudieran públicamente».
Tanto se mofaron los romanos de estos subsidios que terminaron por llamar «espórtula» al cesto en él cual lisonjeros y zalameros recibían finas propinas y primas y «espórtulos» a los halagadores de galas políticas.
La persona de izquierdas (libertaria o «desamortizadora») cuando pide la disminución del poder del Estado ve erguirse frente a él al intervencionista que postula (¡por la espórtula!) por un Estado distribuidor de aguinaldos y respaldos. Para estos conservadores el Estado hegeliano, superior al individuo, es la encarnación del espíritu, la realidad de la idea moral.
La «espórtula» trata de compensar (como muestra la carta) el sentimiento de exclusión de aquel que ha conseguido izarse a la categoría de las víctimas. Parodiamos, en verdad, el martirio que sufrieron. El cristianismo en su versión hegeliano-marxista s^ unlversaliza y se vulgariza. Nietzsehé había vaticinado que iba a conducir a las cosas más locas’jal absurdo!
Sin ser Schopenhauer se puede imaginar que el mundo, de dolor y muerte, es «absolutamente trágico». Pero el combate sin fin para sobrevivir es creador sistemático de víctimas y exclusiones. La vida es una desazón continua y homicida al cual el filósofo sólo halló una solución (tras la eliminación de la voluntad de vivir): el renunciamiento oriental.
Entre las víctimas, lejos de todo renunciamiento, no sólo figuran los «familiarmente confusos», sino los jóvenes, los viejos, las mujeres, los coprófagos, los sordos, los mutilados, etc.
Cualquiera puede encontrar un huero hueco de exclusión donde poder instalarse, a sus anchas, como víctima (cínica o lícita) de la sociedad. Conviene recordar que una categoría de exclusión provoca sus víctimas tan ricamente como la categoría opuesta. Es el caso del aborto, el tabaco o la ecología. Abortistas y antiabortistas reclaman el privilegio exclusivo de víctima clínica para su protegido: feto o mamá.
Las víctimas generalizan la «lengua de palo», de regalo. Los ciegos ya sólo son «mal-videntes» y los viejos la «tercera edad» sin restar ni un año ni una dioptría a su situación. Durante el antiguo régimen las montañas no eran rusas sino «suizas» y las caperucitas «encarnadas» y no rojas. Hoy los seminarios se tornan «ovarios» para evitar el masculino «semen» y Barba Azul asesino de esposas se vuelve la «Moño Roja» inmoladora de maridos.
El imperativo moral sólo puede ser desinteresado, la moral depende de la voluntad. En las antípodas de esta idea prospera la vieja pareja bermeja: la víctima cada vez más poderosa y la subvención cada vez más necesaria. La potencia extraordinaria de los que se consideran excluidos agrupados en corros lleva a un esbozo fofo de totalitarismo. Con los inevitables procesos de intención cuando la unanimidad de las víctimas se siente amenazada. Es religión, sin trascendencia. Negar la dimensión espiritual del Mal es tan sensato como negar la dimensión espiritual del Bien. La víctima, impregnada de la violencia de su corro, llega a la impotencia: no puede pensar sola.
El prestigio del estalinismo, del maoísmo, del polpotismo ha disminuido al ceder su violencia. Había más franquistas durante la dictadura que durante la «dictablanda». Pero nunca hubo tantas víctimas del régimen como a la muerte del general.
Me dijo Cioran que ya sólo acosan las víctimas. ¡Y con qué maña y saña! No hay peor verdugo que el «ex mártir»: persigue en nombre de los perseguidos.
Iconoclastas y rebeldes están destinados a confesar «sus crímenes»… como en tiempos de Stalin o de la Inquisición. ¡Es tan difícil luchar contra todos! El hombre sin ayuda de estado, parroquia, partido, capilla está solo, concreto, independiente de toda lógica, de todo concepto.
(A muchos les sorprende que me niegue a formar parte del grupo de víctimas a pesar de ser calumniado por haberme insurgido, en su día y al mismo tiempo, contra fascistas y comunistas «en el poder». Me comporto como niño desinteresado. En verdad la persecución beneficia al artista. Beethoven, neurasténico, pudo expresar la armonía que anhelaba. El desinterés, como la filosofía, permite introducir una visión global de la cultura).
El abuelo-nieto de la «confusión familiar» tiene derecho a una prebenda de Hacienda (o a una merienda), a un puesto de catedrático (o a un ático) y a la producción de una película (o a una matrícula) para compensar su exclusión.
(No sabe el «admirador» de la AVCF que el primer manifiesto del «grupo pánico» autoriza a cualquier peón del pelotón a proclamarse miembro del grupo o «su único fundador». Gracias a esta panacea maniquea las víctimas de la «confusión familiar» pueden defender su causa o cualquier otra igualmente justa).
Entre los criterios de selección de la sociedad «reaccionaria» y temeraria no figuran el talento ni la creatividad, pero sí la calidad de víctima. ¡Amén!