HACE meses escribí varios sonetos que llamé pánicos. Uno de ellos se titula “Tofamilarin”:
En la parta fistio de Alanipe
las mejigas es vento de mi recho
en tecanos salpuentos del dejecho
con las paullas de Tedros en Colipe
reditina máncela de la cripe
agritano por aide de mi cecho
en Laris de perceros po de mecho
onlicipo simiete de onlicipe
es un golo tro folo y tru recolo
tapical palireca buba bonas
las jasillas matacias en el molo
en los donos los doros son doronas
pusiestorio de til mel descantaros
ay que Fenre de millos cascanfaros.
Mis amigos, los lectores y los críticos manifestaron su sorpresa ante este poema. Se habló de provocación, de anti-poesía -quizá recordando la fórmula anti-teatro de Ionesco- de bernardina y de ganas de llamar la atención. Ni los pocos a los que el poema gustó supieron explicarme el porqué.
Hago, pues, un análisis de este soneto. ¿Cómo lo escribí? mi situación espiritual era la misma de siempre. Yo escribo así: encerrado en mi cuarto, por la noche, fumo en pipa una mezcla de tabaco rubio y de picadura de mate calidad; la radio transmite una emisión popular de música de actualidad. Sólo como una vez por día: al amanecer, antes de irme a dormir; durante el resto del día bebo té. El ruido, el humo de la pipa, el té y el ayuno me permiten comenzar la ceremonia de escribir. Tengo una gran mesa en la que aparentemente reina el desorden; sobre ella, grabados, dibujos, libros que me han sorprendido reproducciones de Goya, Magritte, El Bosco; en las paredes, los cuadros que me pintan mis amigos. Los dos gatos duermen junto a la lámpara o juguetean con una cinta. En la estancia reina la penumbra y todo el silencio que puede haber en una casa parisiense del distrito 16 donde entonces vivía.
Estoy como drogado. Tengo la impresión de introducirme en un túnel oscurísimo y, paralelamente, todos los poros de mi cuerpo gozan de una excitación particular. En el túnel tengo que cavar y cavar. Y así, “maravillosamente” vivo los momentos más fascinantes del día: el tiempo en que escribo. De esta manera he escrito mis piezas, al parecer, más sencillas como “El triciclo” u “Oración”, o aquellas que se han juzgado de difícil comprensión como “La coronación” o “Concierto en un huevo”. Y el soneto así también lo escribí.
Es decir, que no tengo ninguna receta, ninguna fórmula; al final de la noche el primer sorprendido soy yo ante lo escrito. Escribir, pues, se presenta a mi como una aventura y no como una elaboración, como una fuente de experiencias y no como el resultado de ellas; como una posibilidad de enriquecimiento espiritual y no como el resultado de mi sabiduría o mis conocimientos.
¿Qué significa, para mí, “ahora” este poema? Podría juzgarse este texto respetando los cánones de una crítica que se preocupa del fondo o de la forma, de la significación, de la musicalidad; de una crítica que juzgara de las intenciones del autor, de su moralidad, que se interesara a la belleza de las imágenes, a su novedad o a su clasicismo. Una crítica de este tipo aplicada al soneto daría como resultado la condenación del texto de una manera más o menos hostil, ya que pronto llegaría a la conclusión de que este poema “no significa nada”. Por mi parte diré que el soneto “me gusta”, “me interesa” sin saber, a ciencia cierta, los motivos.
Creo que el artista sólo puede dar una interpretación subjetiva, empobrecedora, poco caladiza de su propia obra. Son los demás tos que “comprenden” esta obra, los que captan las mil y una sutilezas que encierra. Las críticas hostiles o favorables, los comentarios de cualquier lector o espectador acerca de mi obra siempre me ha permitido enriquecer mi texto e iluminar alguno de los misterios que, para mí, contiene.
¿Qué inspiró en mí la relectura del poema?: me pareció que había una defensa de la lengua huyendo de todo humanismo o filología. E incluso diría que este homenaje a la lengua se me aparece más claramente en este texto que en los poemas “non-sens” o en Lewis Carroll. Estas palabras del soneto desprovistas de significación humana, encalabozadas en la máquina precisa de un soneto, tomaban, de pronto, el aspecto de un robot, de un artilugio. AI lado suyo el coche a toda velocidad más bello que la Venus de Milo o la botella de Coca-Cola firmada por el artista se me antojaban eslabones de una trabacuenta estética que nada tenía que ver con el poema.
De esta manera la relectura de este so neto me trajo como consecuencia una desconfianza en el humanismo y en su blandura conceptual que nos vedan todo acercamiento a obras de este tipo y una añoranza de la lingüística. Y pensé en mis dos maestros Gracián y Góngora que, desconocedoras del humanismo aún no “inventado” (contra lo que se suele creer ahora), pudieron dedicarse a la exaltante aventura de cultivar la lengua. Y pensé en la semántica, en la filosofía “no-aristotélica”, en las apasionantes novelas de ciencia ficción de A. E. Van Vogt comparables a “La fábula de Céfalo y Procris” del fantástico licenciado antequerano del siglo XVII, Jerónimo de Porras. E incluso me pareció que este soneto tendía la mano a Cioran y su fórmula “sólo hay iniciación a la nada”.
Otro aspecto: este poema hizo reír a algunos -reconozco que a mí también- y hasta hubo quien lo tomó como una prueba más de “humor absurdo”. Aunque no practico ni el fanatismo del absurdo ni el culto a la razón, sin embargo -o por ello- no puedo imaginar un fenómeno que nos interese sin humor. El humor como “sentimiento de la inutilidad teatral y sin gozo de todo” lo encuentro per todas partes y sobre todo en la naturaleza y sus mecanismos.
Y ya, al primera grado, este poema me permitió –como si se tratara de una serie de imágenes de la confusión- delirar precisamente al buscar una interpretación lógica, una asimilación racional a estas palabras “sin sentido”. Las diferentes “traducciones”, a cual más inesperada, me permitieron alimentar mi imaginación y crear. Y así, gracias a estas interpretaciones, a estas “traducciones” periféricas, pude encontrar un sistema para cargar estilográficas con jeringas, planear un argumento de novela rosa, bosquejar una filosofía basada en la cocodrilificación de los hombres y su demolición kantiana, rememoré la silueta de un árabe que frecuentaba la casa de mi niñez y del que sólo recordaba la voz, establecer la lista de revistas clandestinas de un país inexistente, encontrar los límites geográficos de la naturalidad, comprender un pasaje difícil de una teoría matemática, ver la belleza que encierran los imaginarios dedos de una muñeca de trapo que nunca se fabricará, encontrar una defensa adecuada a mi temperamento contra peón cuatro rey, adivinar el sueño que haría por la noche, etc.